II Domingo de Mateo


La lectura evangélica del II Domingo de San Mateo nos traslada al período de la llamada de los primeros discípulos por nuestro Señor. El Señor, pasando por las orillas del lago de Galilea, llama a Andrés y a su hermano Simón Pedro, y un poco más tarde a Jacobo (Santiago) y a su hermano Juan; todos eran pescadores, y los invita a que sean pescadores de hombres. “Y aquellos inmediatamente dejaron las redes y Le siguieron”.


Andrés y Simón, Jacobo y Juan, siguieron a Cristo, no porque ellos Le escogieran, tal vez dentro del marco de una búsqueda metafísica, de modo que pudieran jactarse de su propia iniciativa, sino que el mismo Señor los escogió y los llamó, igual que en otro caso los dijo: “no sois vosotros los que me habéis escogido a mí, sino yo a vosotros”. Esto significa que nadie por sí mismo sigue a Cristo, es decir, si no se convierte y hace cristiano y no acepta entrar bajo el “yugo” de la obediencia a Aquel. “Nadie puede venir a mí, si mi padre que me ha enviado no lo atrae”. Y entendemos como llamada la que hablará al corazón del hombre, y no simplemente a sus oídos. “Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. En otras palabras, hablamos de una llamada que encuentra al hombre en un estado propicio de correspondencia, es decir, un estado de madurez para la relación con Dios.


Muy a menudo, especialmente en el Evangelio de Juan, esta situación se califica como la “hora”, que es definida exactamente como la “hora” de la jaris (gracia, energía increada) de Dios. Por eso el Señor en cualquiera de Sus palabras con los hombres terminaba con la frase: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Por supuesto que habla de los oídos espirituales, no de los físicos. Es obvio que los discípulos de Cristo, como Andrés y Simón Pedro, se habían preparado para esto por su propia disposición de búsqueda y por el hasta entonces maestro de ellos Juan el Precursor, quien tenía como obra la llamada hacia la metania (introspección, conversión y confesión) y el anuncio de la llegada del Mesías.


¿Cuál es la característica del seguimiento a Cristo? ¿Cómo distingue uno la autenticidad de la llamada? Cristo contesta: “os convertiré en pescadores de hombres”. Es decir, el seguimiento a Cristo conduce inmediatamente a la apertura hacia el semejante y al trabajo apostólico-misionero. No puede uno ser discípulo especial de Cristo y permanecer apóstol (enviado), en el sentido de que adquirió un axioma o cargo para su disfrute personal. Algo así presupone una comprensión de tipo mundano del cargo, que el Señor ha condenado con especial repulsión: “No seáis como los soberanos y gobernantes, que quieren conquistar y dominar a los hombres y a las naciones”. El Señor llama al hombre a seguirLe para abrazar y servir al prójimo con el propósito de su sanación y salvación, lo que significa que el apóstol se convierte en cooperante de Dios. Y esto ocurre no sólo en los apóstoles de Cristo, sino en todos Sus fieles, independientemente del servicio del que hayan podido hacerse responsables: son discípulos de Cristo hasta el punto de que aman con toda la fuerza de sus almas a sus semejantes, incluso hasta a sus enemigos. Porque “el que ama a Dios y odia a su prójimo es un mentiroso y falso”.


Uno entiende que una situación así tiene carácter de sacrificio. Por lo general, en los hombres, este ágape (amor desinteresado) –que es continuación del amor a Dios- primeramente se manifiesta en su comportamiento y después en las palabras, que incluso a menudo los conducen hasta el martirio. El Señor no ha prometido a Sus seguidores flores y laureles. Les dijo que iban a sufrir penurias y persecuciones, pero de esta manera permanecerían unidos con Él y ayudarían sustancialmente a los hombres; es decir, lo que ha ocurrido con Él mismo: “He aquí, yo os envío como ovejas entre lobos”. “En el mundo tendréis mucha tristeza y sufrimiento”. Y principalmente: “El que quiera seguirme que se olvide de sí mismo, tome su cruz y me siga”. Por eso la fe cristiana no es de consumo popular, ni de “arrastre”. Se requiere valor y verdadero amor hacia Cristo, algo que explica también su disminución según las estadísticas universales.


¿Cuáles son las condiciones para seguir a Cristo? En la llamada de los primeros discípulos tenemos también la respuesta: “dejando las redes al instante”.


(a) “dejando las redes”. Uno puede y sigue a Cristo, cuando procede al desprendimiento de cualquier elemento que le tiene atado al mundo, aunque sea considerado mundanamente muy bueno. Es decir, lo que se pide siempre para el cristiano no es otra cosa que la voluntad de Dios. Si la voluntad de Dios para el cristiano pasa a través del “desprendimiento” aun de su trabajo, dejar todas las cosas mejores –“he aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”dirán los apóstoles a Cristo- entonces esta es la prioridad del fiel. En otras palabras, si algo me tiene “atado”, vinculado patológicamente con el mundo, por muy cercano e imprescindible que se considere para mí, debo estar preparado para dejarlo. En este desprendimiento que se hace a favor de Dios consiste también la sanación y salvación. Basta, por supuesto, tener el discernimiento de entender cada vez cuál es la voluntad de Dios para mí.


(b) “directamente”, es decir, sin aplazamiento. Cuando Dios me llama, cuando conozco Su santa voluntad y aplazo mi correspondencia y aplicación de esta voluntad en mi vida, a partir de este momento empieza la responsabilidad de mi contrariedad a Dios. Me convierto, de alguna manera en luchador contra Dios; por consiguiente, pongo obstáculos a la percepción y sentimiento de Su jaris (gracia, energía increada) en mi existencia. Y por lo general ocurre lo siguiente: continuamente aplazo la decisión de seguir a Cristo para más tarde; por lo tanto, nunca Le sigo. Un dicho antiguo dice: “el aplazamiento conduce al país del nunca jamás”. Esta situación es como un arma del diablo. El astuto maligno no ataca directamente al fiel con la negación a Dios, sino con la aceptación de Su voluntad pero para más tarde. Desde este aspecto, la vida cristiana tiene el elemento de resolución y empuje. El hombre que se ha convencido de la verdad de Cristo y de la sanación y salvación que ofrece como relación viva no puede aplazar. Además de los apóstoles, que correspondieron inmediatamente, vemos también la inmediatez en la correspondencia de todos los santos, quienes por eso se convirtieron precisamente en santos. En este caso, recordemos también al Apóstol Pablo, quien después de su admirable encuentro con el Cristo resucitado, en el momento que perseguía a los cristianos en el camino hacia Damasco, inmediatamente cambia su vida; y también santa María la Egipcia, que, apenas fue conciente del desastre de su vida y de dónde se encontraba la verdad, inmediatamente se fue al desierto sin volver nunca más al mundo.


P. Jorge Dorbarakis


LECTURAS


Rom 2,10-16: Hermanos, gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, pero también para el griego; porque en Dios no hay acepción de personas. Cuantos pecaron sin tener ley, perecerán también sin ley; y cuantos pecaron en el ámbito de la ley serán juzgados por la ley. Pues no son justos ante Dios quienes oyen la ley, sino que serán justificados quienes la cumplen. En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos, aun sin tener ley, son para sí mismos ley. Esos tales muestran que tienen escrita en sus corazones la exigencia de la ley; contando con el testimonio de la conciencia y con sus razonamientos internos contrapuestos, unas veces de condena y otras de alabanza, el día en que Dios juzgue lo oculto de los hombres de acuerdo con mi Evangelio a través de Cristo Jesús.


Mt 4,18-23: En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.



Fuente: logosortodoxo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española