01/11 - Cosme y Damián los Santos Anárgiros de Asia


Cosme y Damián fueron hermanos gemelos. Tras la muerte de su pare, su madre Teodora, buena cristiana, los educó en la piedad y en toda virtud, y los instruyó en todas las ciencias, sobre todo en la medicina, que se convirtió en su gran vocación. Murieron martirizados durante la persecución del emperador Diocleciano.


Según la tradición, Cosme y Damián nacieron en algún lugar de Arabia (península entre Asia y África). Aprendieron ciencias en Siria y llegaron a destacarse como médicos. Se hicieron célebres porque nunca pidieron dinero a cambio de su servicio, y, por eso, en Oriente, se les llama aún hoy los santos “sin dinero”. Cosme y Damián entendían que servir a la gente era una manera de anunciar a Cristo, algo que comprometía la palabra y la acción, la oración y la vocación de servicio a los demás. Con ese espíritu se convirtieron en médicos del cuerpo y del alma. Se dice, además, que realizaron curaciones milagrosas.


Los hermanos, así, se ganaron el cariño y el respeto de sus coetáneos. Lamentablemente, durante la persecución de Diocleciano, ambos fueron apresados y luego condenados a muerte. Cuenta la tradición que fueron varios los intentos frustrados para quitarles la vida. Se dice que primero fueron arrojados al mar, atados a pesadas rocas, para que se ahogaran; como el plan de los verdugos no resultó, se les quiso matar a flechazos y después se les pretendió quemar en la hoguera. Ninguno de estos planes resultó. Finalmente, terminaron siendo decapitados. Eran los inicios del s. IV.



Eran tan estrictos en su ministerio sin paga que Cosme se enfureció grandemente contra su hermano Damián cuando este aceptó como pago tres huevos de una mujer llamada Poladia. Ella tenía una enfermedad mortal que ningún médico podía curar. La sanaron y ella humildemente les ofreció, como representación de la Santísima Trinidad, estos tres huevos. Cosme ordenó que después de su muerte no fuese enterrado junto a su hermano.  Pero después de su muerte en Teremán (Mesopotamia), fueron enterrados juntos en obediencia a una revelación de Dios. Había allí un camello que también había sido curado de su estado salvaje por ellos, que con voz humana dijo que los hermanos debían ser enterrados juntos, ya que San Damián no había recibido los huevos como pago por sanar la enfermedad de Paladia, sino por su respeto por el nombre de Dios.  


La vida de ambos mártires evoca muchas proezas y milagros, como curaciones extraordinarias de enfermedades, o exitosas cirugías -incluyendo un trasplante de pierna-. Después de muertos, cuenta también la tradición, se aparecían en sueños a los enfermos que imploraban su intercesión, obteniendo el alivio en el dolor o la curación requerida; al respecto, San Gregorio de Tours, en su libro ‘De gloria martyrium’, escribe:


"Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente".


Como queda reseñado, estos dos santos hermanos fueron grandes obradores de milagros durante su vida, y también después de su muerte. Se citan aquí dos de ellos:


1- Vivía en Teremán, cerca de la Iglesia de San Cosme y San Damián, un devoto hombre que se llamaba Malco. Un día se fue de viaje y dejó a su esposa sola. Pensaba que los santos hermanos protegían a su esposa. Sin embargo el Enemigo se hizo pasar por un amigo de Malco y planeaba matar a su esposa. Este hombre fue a la casa de Malco y dijo a su esposa que allí se encontraba que Malco le había ordenado que fuese con él. La mujer le creyó y se fue con el hombre. Él la llevó a un sitio aislado con la intención de matarla. Cuando la mujer se dio cuenta de lo que iba a pasar, comenzó a rezar fervientemente. En este momento aparecieron dos devotos hombres temerosos de Dios y el diablo dejó a esta mujer. Huyó, cayéndose por un acantilado. Los dos hombres trajeron a la mujer a su casa. Ella les hizo una reverencia y les preguntó: 


- ¿Cómo se llaman ustedes? me siento muy agradecida por mis salvadores.


Contestaron: 


- Somos Cosme y Damián, los servidores de Cristo-.  Y se volvieron invisibles. La mujer contó a todos con mucha alegría lo que le había pasado. Se fué ante el icono de los hermanos y glorificando a Dios ofrecía oraciones con muchas lágrimas, dando gracias por su liberación. Desde entonces honramos a los santos hermanos como los defensores de la santidad y la inviolabilidad del matrimonio cristiano. También como una fuente de armonía para la vida conyugal.


2- Un agricultor fue atacado por una serpiente al acostarse a dormir; esta se enredó alrededor de su torso y su cabeza. Este pobre hombre habría expirado entre grandes tormentos si no hubiese invocado la ayuda de los santos Cosme y Damián en el último momento. 


A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Ciro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Ciro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí.


Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia.


En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.


En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente.


En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano.


Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.


Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII. El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.


Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.


Fragmentos de las Santas Reliquias de San Cosme se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Ato. Fragmentos de las Santas Reliquias de San Damián se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Atos y en el Templo de San Damián en Roma.


San Cosme y San Damián no solo son patrones de los cirujanos, también lo son de los farmacéuticos y dentistas; y de aquellos que ejercen oficios como la peluquería, o hacen trabajos en playas y balnearios.


LECTURAS


1 Cor 12,27-31;13,1-8: Hermanos, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.


Mt 10,1;5-8: En aquel tiempo, llamó Jesús a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».



Fuente: goarch.org / Aciprensa / catholic.net / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia

Viernes de la VII Semana de Lucas


Lc 12,2-12: Dijo el Señor a sus discípulos: «Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros. Os digo, pues: todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios. Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Viernes de la XIX Semana


Flp 1,27-30;2,1-4: Hermanos, lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, de modo que, tanto si voy a veros como si tengo de lejos noticias vuestras, sepa que os mantenéis firmes en el mismo espíritu y que lucháis juntos como un solo hombre por la fidelidad al Evangelio, sin el menor miedo a los adversarios; esto será para ellos signo de perdición, para vosotros de salvación: todo por obra de Dios. Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no solo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él, estando como estamos en el mismo combate; ese en que me visteis una vez y que ahora conocéis de oídas. Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

31/10 - El Santo Hieromártir Epímaco de Egipto


San Epímaco era de Egipto, y desde su juventud vivió en el Monte Pelusio, al igual que Juan el Precursor vivió en el desierto y el Profeta Elías en el Monte Carmelo. Allí, con muchas e incomparables dificultades, se mortificó a sí mismo.


Cuando el malvado juez y gobernador Apeliano llegó a Alejandría durante el reinado de Decio (249-251), persiguió maníacamente a los cristianos, haciendo que muchos de ellos temieran sus tormentos y castigos, por lo que salieron de las ciudades y huyeron a los desiertos. Debido a esto, el bendito Epímaco, movido por el celo divino, descendió de su quietud y entró en el centro de la ciudad de Alejandría, donde arrojó al suelo un altar de ídolos, con valentía de cuerpo y alma y el poder invisible de Dios. 


Entonces Epímaco se armó de justa indignación contra el tirano Apeliano, de modo que, si el tirano no estuviera protegido de su ira por los guardaespaldas que lo contuvieron, el tirano habría acabado siendo un cadáver digno de lágrimas. Debido a esto, Epímaco fue llevado al teatro público, donde lo colgaron de un poste de madera, y su carne fue desgarrada sin piedad con garras de hierro. Allí había una niña ciega de un ojo, que sentía lástima por el Santo y se puso a llorar por los tormentos que estaba sufriendo el atleta de Cristo. De repente, cuando un pedazo de carne de Epimaco fue arrojado al aire, una gota de su sangre cayó sobre el ojo de la chica que estaba mirando, lo que hizo que milagrosamente recibiera su vista. Entonces ella gritó: "¡Grande es el Dios en quien esta víctima cree!". Su cuerpo fue destrozado con piedras afiladas. Cuando los paganos le torturaban, Epímaco gritó: "¡Heridme, escupidme, poned una corona de espinas en mi cabeza, poned una caña en mi mano, dadme hiel para beber, crucificadme en una cruz y perforadme con una lanza! Esto es lo que soportó mi Señor, y yo también quiero soportarlo ".


Después de esto fue arrojado a prisión, donde alentó a los cristianos encarcelados a mantenerse firmes y valientes ante los juicios del martirio, haciendo que se fortalecieran  y fuesen invencibles.


Habiendo permanecido firme en la piedad, la cabeza del atleta de Cristo fue cortada por la espada. Su cuerpo fue enterrado honorable y reverentemente por cristianos donde recibió su martirio final. 


Muchos años después, durante el reinado de Constantino el Grande, un 10 de marzo, su honorable reliquia fue llevada a Constantinopla, y allí fue atesorada en el palacio. El traslado de su reliquias sagradas se conmemora el 11 de marzo.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia

31/10 - Ampliato, Apeles, Estaquio, Urbano, Aristóbulo y Narciso de los Setenta


El 31 de octubre la Santa Iglesia celebra las vidas de seis Santos Apóstoles cuya firme entrega a la predicación del Evangelio de Jesucristo nunca vaciló. Cinco de estos hombres fueron obispos que pasaron sus vidas convirtiendo a nuevos fieles y dirigiendo comunidades, y al final tres de aquellos fueron condenados a muerte por sus inquebrantables creencias.


Todos y cada uno de estos seis evangelizadores fueron miembros de Los Setenta, ese gran número de discípulos bajo la orden de los Doce Apóstoles que se dirigieron a todo lugar al poco tiempo de la Crucifixión de Jesucristo con la misión de llevar la Buena Nueva del Cristianismo a los paganos alrededor del mundo.


El destino de estos seis santos varones fue diverso en términos de ubicación geográfica y en su efectividad al atraer conversos a Cristo, pero todos ellos compartieron una característica en común: fueron hombres de fe que nunca disminuyeron su dedicación al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, sin importar cuán alto pudiera ser el precio que habrían de pagar por ello.


San Estaquio


Fue el fiel asistente del Apóstol San Andrés, quien lo propuso como Obispo de Bizancio. Este intrépido evangelizador ayudaría a establecer la primera Iglesia Cristiana en Argirópolis, un floreciente suburbio de la gran capital Bizantina (que ahora forma parte de la actual Turquía, muy cerca de Constantinopla).


Nacido y criado en Jerusalén durante los primeros años posteriores a la Resurrección de la muerte de Cristo, el justo apóstol Estaquio se convertiría al Santo Evangelio gracias a San Andrés y algunos otros de los primeros discípulos. Posteriormente se haría cargo de la Sede Episcopal de Bizancio por más de 60 años.


Predicador poderosamente eficaz, este fiel ganador de conversos para Cristo recibió el reconocimiento de San Pablo al final de su Epístola a los Romanos. Así lo hace notar San Pablo en esta carta supremamente importante para los Cristianos de la Ciudad Eterna: "Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio" (Romanos 16,9).


Durante muchísimas generaciones el Santo Apóstol Estaquio ha sido el símbolo de la perfecta obediencia a la voluntad de Dios Todopoderoso. Trabajó sin descanso año tras año en la extenuante labor de manejar una iglesia creciente y convirtiendo al Santo Evangelio de Jesucristo a cientos de residentes del área de Bizancio. A pesar de que no fue llamado al martirio, su destino fue, de todas maneras, más difícil: el de sobrellevar el constante trabajo y las molestas privaciones que son partes necesarias del servicio como sacerdote y Obispo.


San Apeles


Sirvió por muchos años como Obispo de la ciudad griega de Heraclea, ubicada en la región de Tracia, después de haber sido ordenado por el Apóstol San Andrés. Su vida estuvo marcada por la lucha constante contra los paganos idólatras, quienes se mostraron bastante porfiados en su resistencia al Santo Evangelio. Pero este santo incansable trabajó sin cesar en la tarea bendita que le había sido confiada, por lo que fue recompensado con muchísimas conversiones antes de morir pacíficamente.


San Apeles nos da un ejemplo irresistible de la abnegación y de la dedicación sin límites que se requiere como Obispo, varón que debe colocar en su diócesis las necesidades de todos por delante de las suyas propias.


San Ampliato


Este humilde siervo de Dios pagó el precio más increíble que se pueda pensar por atreverse a predicar la Buena NUeva del Evangelio a los paganos dentro y en los alrededores de la ciudad griega de Odisópolis (Lida), que se encuentra a algunos kilómetros al noroeste de Jerusalén. Consagrado obispo por el Apóstol San Andrés, San Ampliato fue asesinado por los judíos y los griegos paganos, enfurecidos por su negativa a adorar a sus falsos dioses. San Ampliato fue reconocido por San Pablo en la Epístola a los Romanos en la cual el Gran Apóstol se refiere a él como "mi amado en el Señor" (Romanos 16,8)


San Urbano


Fue un valeroso mártir cuya muerte gloriosa también se venera en este día. Consagrado para la Sede Episcopal en la región salvaje y montañosa de la Macedonia griega, San Urbano fue asesinado por los enojados helenos debido a su insistente firmeza en la Verdad del Evangelio de nuestro Señor. Su entrega abnegada a la evangelización de los griegos se encuentra registrada por San Pablo en su Epístola a los Romanos (Romanos 16,9).


San Aristóbulo


Un querido hermano del Apóstol Bernabé. Este audaz Palestino llevó la Buena Nueva de la muerte y resurrección de Cristo hasta la región más occidental del continente europeo, al tiempo en que se esforzaba por convertir cada vez a más personas entre las feroces tribus de Bretaña.


De espíritu valeroso y dispuestos a tomar riesgos, este miembro de Los Setenta, Aristóbulo, nunca se acobardó en su misión de proclamar el Santo Evangelio, aun a pesar de que la región plagada de pantanos, ciénagas y páramos cubiertos de neblina de Bretaña era considerada durante el Siglo Primero después de Cristo, sin lugar a dudas, uno de los lugares más primitivos y peligrosos.


San Narciso


Vivir en Tierra Santa durante los años inmediatamente posteriores a la muerte y resurrección del Santo Redentor posiblemente no fue una tarea fácil, pero este valeroso miembro de Los Setenta se las arregló para vivir bastante bien y por encima de los 100 años (algunos historiadores de la época  especulan que llegó a vivir hasta la edad madura de 160 años).


Los detalles de su notable vida son incompletos, pero hay muchísimos registros de sus frecuentes milagros. El milagro por el que más se le recuerda fue el de haber convertido agua en aceite con el fin de ser usado en las lámparas de la Iglesia el Sábado Santo, después de que los diáconos se hubieran olvidado de proveerlo.


Según los historiadores de Los Setenta, sabemos que Narciso llegó a ser Obispo de Atenas en los inicios del Siglo Segundo. En todo lugar era reconocido por su santidad, pero también encontramos más detalles en los registros históricos de que mucha gente lo consideraba bastante duro y rígido en sus esfuerzos por imponer la disciplina de la iglesia.


En un momento, uno de sus muchos detractores acusó a Narciso de haber cometido un crimen. Aunque los cargos en su contra nunca se probaron, y por lo tanto fue exculpado, él aprovechó esta ocasión para retirarse de su función como obispo y llevar una vida en soledad. Su desaparición fue tan repentina que muchas personas dieron por supuesto que había muerto. 


Durante sus años de soledad hubo varios sucesores en su labor Episcopal. Finalmente, Narciso reapareció en Atenas, en donde se le convenció para que retomase sus obligaciones. Para entonces ya era de edad bastante avanzada, por lo que contó con un joven obispo asistiéndole hasta su muerte.


El Gran Apóstol San Pablo menciona a Narciso con bastante cariño en su Epístola a los Romanos: " Saludad a los de la Narciso, en el Señor" (Romanos 16,11).


Nombrado obispo de la ciudad griega de Atenas por el Apóstol Felipe, San Narciso se esforzó sin descansar por realizar conversiones entre los griegos paganos del siglo primero. Tras muchas dificultades, sólo comenzó a cumplir su tarea de convertir a los idólatras de la ciudad cuando ellos volvieron su furia contra él y lo premiaron con la corona del martirio. San Pablo menciona su fiel servicio en su epístola a los Romanos.


Estos santos palestinos, tal como muchos de los discípulos de Los Setenta, forman parte de esos evangelizadores y obispos -y algunas veces mártires- que amaron a Dios de una manera excepcional. La historia de su fiel servicio al Evangelio de Jesucristo no se ha desvanecido con el paso del tiempo. De ellos aprendemos el inmenso valor de mantener cada día de nuestras vidas nuestras promesas hechas a Dios.


LECTURAS


Rom 16,1-16: Hermanos, os recomiendo a Febe, nuestra hermana, que además es servidora de la Iglesia que está en Cencreas; recibidla en el Señor de un modo que sea digno de los santos y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros. Pues también ella ha sido protectora de muchos, e incluso de mí mismo. Saludad a Prisca y Áquila, mis colaboradores en la obra de Cristo Jesús, que expusieron sus cabezas por salvar mi vida; no soy yo solo quien les está agradecido, también todas las iglesias de los gentiles. Saludad asimismo a la Iglesia que se reúne en su casa. Saludad a mi querido Epéneto, primicias de Asia para Cristo. Saludad a María, que con tanto afán ha trabajado en vuestro favor. Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisión, que son ilustres entre los apóstoles y además llegaron a Cristo antes que yo. Saludad a Ampliato, a quien quiero en el Señor. Saludad a Urbano, colaborador nuestro en la obra de Cristo, y a mi querido Estaquio. Saludad a Apeles, acreditado en Cristo. Saludad a la familia de Aristóbulo. Saludad a Herodión, mi pariente. De la familia de Narciso saludad a los que están en el Señor. Saludad a Trifena y Trifosa, que han trabajado afanosamente en el Señor. Saludad a la querida Pérside, que ha trabajado con mucho afán en el Señor. Saludad a Rufo, elegido en el Señor, y a su madre, que es también madre mía. Saludad a Asíncrito, Flegón, Hermes, Patrobas, Hermas y a todos los hermanos que están con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a Olimpas y a todos los santos que están con ellos. Saludaos unos a otros con el beso santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo. 



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

Jueves de la VII Semana de Lucas


Lc 11,47-54;12,1: Dijo el Señor a los judíos que habían acudido a él: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!». Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca. Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española