Los Santos Mártires Proclo e Hilario eran nativos de la aldea de Kallippi, cerca de Ancira (actual Ankara en Turquía), y sufrieron el martirio en el año 106, durante la persecución desatada por el emperador Trajano (98-117).
San Proclo fue arrestado primero. Presentado ante el gobernador Máximo, confesó sin temor su fe en Cristo. El gobernador decidió obligar al santo a someterse al emperador y ofrecer sacrificios a los dioses paganos. "¿Cuál es tu linaje?", preguntó el gobernador a Proclo. Proclo respondió: "Mi linaje es Cristo, y mi esperanza es mi Dios". Cuando el gobernador le amenazó con torturas, Proclo dijo: "Si uno teme transgredir las órdenes del emperador para no caer en sufrimientos temporales, ¿cuánto más habremos de temer los cristianos de no transgredir el mandamiento de Dios para no caer en sufrimientos eternos?"
Durante sus torturas, el mártir predijo a Máximo que pronto él mismo se vería obligado a confesar a Cristo como el verdadero Dios.
En primer lugar Proclo fue azotado. Después las heridas de sus miembros corporales fueron quemadas con antorchas. Luego fue suspendido en una estaca y una roca pesada fue atada a sus pies. Luego obligaron al mártir a correr tras el carro del gobernador, dirigiéndose hacia la aldea de Kallippi. Agotado, San Proclo oró al Señor para que detuviera el carro. Por el poder de Dios, el carro se detuvo, y nadie pudo moverlo del lugar. El dignatario, sentado en el carro, se quedó de piedra. El mártir le dijo que permanecería inmóvil hasta que firmara un documento con una confesión de Cristo. Solo después de esto, el carro pudo continuar su camino con el gobernador. El pagano, humillado, se vengó ferozmente contra Proclo. Ordenó que Proclo fuese llevado fuera de la ciudad, que fuese atado a una columna y que se le diese muerte lanzándole flechas. Los soldados, llevando a San Proclo a la ejecución, le dijeron que se rindiera y así salvaría su vida, pero el Santo dijo que debían seguir las órdenes dadas.
En el camino al lugar de ejecución, se encontraron con Hilario, el sobrino de San Proclo, que con lágrimas abrazó a su tío y también confesó ser cristiano. Los soldados le detuvieron, y fue encarcelado.
El santo mártir Proclo oró por sus torturadores y entregó su alma a Dios después de ser disparado con flechas. San Hilario fue llevado a juicio y, con el mismo coraje que San Proclo, confesó ser cristiano. Tras ser golpeado, fue condenado a muerte. Ataron las manos del mártir y le arrastraron, tirándole de los pies, casi 5 km. Lleno de heridas y ensangrentado, finalmente fue decapitado tres días después de la muerte de su tío, el santo mártir Proclo.
Ambos mártires fueron enterrados por los cristianos en una sola tumba.
LECTURAS
En Vísperas
Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.
Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.
Sab 4,7-15: El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. Una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia y la edad avanzada, una vida intachable. Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó. Lo arrebató para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma. Pues la fascinación del mal oscurece el bien y el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia. Maduró en poco tiempo, cumplió muchos años. Como su vida era grata a Dios, se apresuró a sacarlo de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende, ni les cabe esto en la cabeza: la gracia y la misericordia son para sus elegidos y la protección para sus devotos.
En la Liturgia
Gál 5,22-26;6,1-2: Hermanos, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo.
Lc 6,17-23: En aquel tiempo, después de bajar con ellos, Jesús se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia