La ciudad de Melitene en Armenia [hoy Turquía], ciudad militar romana, es ilustre por el gran número de sus mártires. Entre ellos, el mártir de mayor alcurnia fue Polieucto, un oficial romano de padres griegos.
Siendo aún pagano, se hizo amigo de un celoso cristiano llamado Nearco, quien, cuando llegaron a Armenia noticias de la persecución contra los cristianos, se preparó para entregar su vida por la fe. Su única pena era que Polieucto todavía fuese gentil, pero tuvo la alegría de atraerlo a la verdad y de inspirarle un ardiente deseo de morir por la religión cristiana.
Polieucto abiertamente se declaró cristiano, y pronto fue aprehendido y condenado a crueles tormentos. Cuando los verdugos se cansaron de atormentarlo, comenzaron a tratar de persuadirlo para que renunciase a Cristo. Las lágrimas y súplicas de su esposa Paulina, de sus hijos y de su suegro hubieran sido suficientes para hacer flaquear a un hombre menos resuelto. Polieucto, sin embargo, fortalecido por Dios, se mantuvo más firme en la fe y recibió con alegría la sentencia de muerte. De camino a la ejecución, exhortó a los circunstantes a que renunciaran a sus ídolos y habló con tanto fervor, que muchos se convirtieron. Fue decapitado durante la persecución de Decio o Valeriano.
Tenemos pruebas convincentes del martirio de San Polieucto en Melitene: se sabe de una iglesia que le fue dedicada antes de 377. Su nombre aparece (pero el 7 de enero) en el martirologio siríaco del siglo IV como el de un mártir muerto en Melitene. El mismo asiento se encuentra en el Hieronymianum.
Anicia Juliana, única hija del augusto Anicio Olibrio, emperador de Occidente en 472, le dedicó una iglesia a San Polieucto en Constantinopla entre los años 524-527. Excavaciones realizadas en la década de 1960 revelaron que, en momento de la ascensión al trono del emperador Justiniano I, esta basílica era la más grande en Constantinopla y que mostraba un muy ostentoso despliegue de riqueza, como pavos reales con relieves dorados, así como muchos detalles orientales.
LECTURAS
2 Tim 2,1-10: Hijo mío, Timoteo, hazte fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y lo que has oído de mí, a través de muchos testigos, esto mismo confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros. Toma parte en los padecimientos como buen soldado de Cristo Jesús. Nadie, mientras sirve en el ejército, se enreda en las normales ocupaciones de la vida; así agrada al que lo alistó en sus filas. Tampoco el atleta recibe la corona si no lucha conforme a las reglas. El labrador que se afana con fatiga tiene que ser el primero en participar de los frutos. Reflexiona lo que digo, pues el Señor te dará inteligencia para que lo comprendas todo. Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Fuente: catholic.net / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española