Los evangelistas llaman a Juan el Bautista “voz que clama en el desierto,” porque él exhortaba enérgicamente a la gente: “Preparad el camino del Señor, haced que sea recto Su camino.” Estas palabras son tomadas de las palabras del profeta Isaías, donde él consuela a Jerusalén, diciendo, que ya había terminado el tiempo de su humillación y pronto vendría la gloria del Señor, y “se manifestará la gloria de Dios, y toda carne juntamente la verá” (Isaías 40:5).
Preparando a los hombres para el ingreso en este Reino, que se desplegará pronto con la venida del Mesías, Juan convoca a todos al arrepentimiento, y a los que respondieron a este llamado, los bautizaba “con el para el perdón de los pecados” (Lucas 3:3). Esto no era todavía el santo bautismo cristiano, sino solo la inmersión en el agua como símbolo, de que el arrepentido deseaba la purificación de los pecados, en forma semejante, a como el agua limpia su cuerpo de la suciedad.
Juan el Bautista era un austero asceta, usaba ropas toscas de pelo de camello y se alimentaba con ácaros (género de langosta) y miel silvestre. Él representaba en sí mismo lo radicalmente opuesto a sus contemporáneos, los preceptores del pueblo hebreo, y su predicación acerca de la proximidad del Mesías, Cuya venida muchos esperaban tan ansiosamente, no podía no llamar la atención general. Hasta el historiador de los judíos Flavio Josefo, testimonia que el “pueblo, extasiado por las enseñanzas de Juan se congregaba hacia él en grandes multitudes” y que el poder de este hombre sobre los judíos era tan grande, que estaban dispuestos a hacer todo lo que él aconsejare, y hasta el mismo rey Herodes (Antipas) temía el poder de este gran maestro. Ni siquiera los fariseos ni los saduceos podían mirar con indiferencia, como el pueblo en masa iba hacia Juan, y ellos mismos tuvieron que ir al desierto hacia él, aunque es dudoso que todos ellos fueran con sentimientos sinceros. Por ello no es extraño que Juan los reciba con palabras severas y acusadoras: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? (Mateo 3:7). Los fariseos ocultaban hábilmente sus vicios con el estricto cumplimiento de las prescripciones puramente exteriores de las leyes de Moisés, y los saduceos, entregándose a sus satisfacciones físicas, negaban aquello, que contradecía su modo de vida epicúreo: la paz espiritual y la retribución de ultratumba.
Juan les reprocha su soberbia, les reconviene de la certeza en su propia justicia, y les sugiere que la esperanza de ser los descendientes de Abraham no les traerá ningún beneficio si no realizan frutos, dignos de arrepentimiento, pues “todo árbol, que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego” (Mat. 3:l0; Luc. 3:9), como algo que no sirve para nada. Los verdaderos hijos de Abraham no son aquellos que descienden de él por la carne, sino los que habrán de vivir en el espíritu de su fe y fidelidad a Dios. Si no os arrepentís, Dios os rechazará y llamará a vuestro lugar a nuevos hijos de Abraham en el espíritu (Mateos 3:9; Lucas 2:8).
Turbados por la severidad de sus palabras la gente preguntaba: ¿Qué haremos? (Lucas 3:11) Juan contesta, que es indispensable hacer obras de misericordia y amor, y abstenerse de todo mal. Y estos son precisamente aquellos: “frutos dignos de penitencia,” — es decir actos buenos, contrarios a aquellos pecados que ellos realizaban.
Eran aquellos los tiempos cuando todo el mundo esperaba al Mesías, y entretanto, además los hebreos también creían, que el Mesías, cuando viniera, iba a bautizar (Juan l:25). No es de extrañar entonces, que muchos se hicieran la pregunta: ¿no será el Cristo, el mismo Juan? Juan respondía a esto, que él bautiza en agua para el arrepentimiento (Mateo 3:l0), es decir como señal para el arrepentimiento, pero que tras de él viene Uno más Poderoso que él, a Quien él, Juan, no es digno de desatar los cordones de Su calzado, como lo hacen los siervos a su señor. “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11; Lucas 3:16; Marcos l:8).
LECTURAS
2 Tim 4,5-8: Hijo, Timoteo, tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio. Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mc 1,1-8: Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”»; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Fuente: iglesiaortodoxa.org.mx / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española