11/01 - Nuestro Justo Padre Teodosio el Grande (el Cenobiarca)


San Teodosio nació en Gariso de Capadocia (incorrectamente llamado también Mogariso) en el año 423.


Había sido ya ordenado lector, cuando el ejemplo de Abrahán le movió a abandonar patria y familia, como el patriarca. Emprendió, pues, el viaje a Jerusalén; pero en el camino se desvió para visitar a san Simeón el Estilita, quien le predijo muchas cosas de su vida futura y le dio algunos consejos.


Tras satisfacer su devoción visitando los Santos Lugares, Teodosio empezó a reflexionar en qué forma debía consagrarse a Dios. Los peligros que traía consigo el vivir sin director espiritual le indujeron a escoger la vida monástica. Así pues, se puso bajo la dirección de un hombre de Dios llamado Longino, perteneciente a un grupo de fervorosos cristianos partidarios de estar rezando toda la noche y de no poseer bienes y que eran llamados “los celosos”, quien concibió pronto un gran afecto por su discípulo. Como una dama hubiese construido una iglesia en el camino de Belén, Longino no pudo negarse a su petición de que Teodosio se encargara de asegurar el culto; pero tuvo necesidad de imponer esta obligación por precepto de santa obediencia a su discípulo para que éste aceptara el cargo. Por lo demás, dicho cargo no duró mucho tiempo, pues Teodosio se retiró a una cueva en la cumbre de un monte vecino. Allí vivió durante cuarenta años comiendo solo frutas y hierbas silvestres y sin probar un solo bocado de pan.


Pronto empezaron a reunírsele numerosos compañeros que querían servir a Dios bajo su dirección. Teodosio decidió, al principio, no admitir más que a siete u ocho, pero al poco tiempo tuvo que aumentar el número, y finalmente determinó no rechazar a ningún aspirante cuyas disposiciones fuesen sinceras. La primera lección que dio a sus compañeros fue la de mostrarles un gran foso que había excavado en los alrededores, y que habría de servir de sepultura común, para recordarles que debían aprender a morir a sí mismos constantemente. Un día, el abad dijo a la comunidad: «La sepultura está preparada. ¿Quién va a ser el primero en ocuparla?» Un sacerdote llamado Basilio se arrodilló y dijo a Teodosio: «Permíteme que sea yo el primero, pero dame antes tu bendición.» El abad ordenó que se rezaran por Basilio las oraciones de los moribundos, y éste murió cuatro días después, sin haber estado enfermo.


Un día de Pascua, los monjes, que eran ya doce, no tenían nada que comer, ni siquiera pan para celebrar la misa. Algunos empezaron a murmurar, pero el santo los exhortó a tener confianza en la Providencia de Dios. Poco después llegó al monasterio una recua de mulas cargada con alimentos.


Como la santidad y los milagros de Teodosio atrajeran un gran número de aspirantes a la vida religiosa, el monasterio empezó a resultar demasiado pequeño. Teodosio construyó entonces otro más grande, en un sitio llamado Catismo, cerca de Belén. Construyó asimismo en los alrededores tres hospitales: uno para los enfermos; otro para los ancianos y los débiles, y el tercero para los que habían perdido la razón. Debe observarse que en aquella época la pérdida de la razón se atribuía a la posesión diabólica; pero en la muchos casos se debía a excesos en la práctica del ascetismo. En estos hospitales, las gentes del lugar encontraban generoso socorro material y espiritual. La hospitalidad era tan amplia que, según cuentan las crónicas, Teodosio recibió en un solo día a más de cien huéspedes en los albergues que había fundado. Cuando la comida era insuficiente para tanta gente, las oraciones de Teodosio la multiplicaban.


El monasterio era una especie de ciudad de santos en medio del desierto. La regularidad, el silencio y la caridad reinaban en él. Cuatro iglesias dependían del monasterio: una para cada una de las tres principales nacionalidades de los monjes, que hablaban idiomas diferentes, y la cuarta para los que hacían penitencia por sus pecados y para los lunáticos que estaban en vías de curación. La comunidad se dividía en tres nacionalidades principales: la de los griegos, que constituían el contingente más numeroso y provenían de todas las provincias del Imperio; la de los armenios, entre los que se contaban los árabes y los persas; finalmente la de los besas, que comprendía a todos los monjes de lengua eslava y a los originarios de las regiones vecinas de la Tracia. Cada nación cantaba en su propia iglesia la primera parte de la liturgia eucarística, hasta el Evangelio; en seguida se reunían todos en la iglesia de los griegos, donde celebraban en griego la parte principal de la liturgia y comulgaban juntos. Los monjes pasaban gran parte del día y de la noche en la iglesia. Fuera de las horas de oración y de descanso, estaban obligados a ejecutar algún trabajo manual que no fuese incompatible con el recogimiento y ayudase a mantener la despensa abastecida. Salustio, patriarca de Jerusalén, nombró a san Sabas superior de los eremitas y a san Teodosio superior de los monjes que vivían en comunidad en toda Palestina; por ello se dio a nuestro santo el nombre de cenobiarca. Una gran amistad unía a los dos siervos de Dios, y el tiempo iba a unirles en sus sufrimientos por la Iglesia.


El emperador Anastasio favorecía la herejía de Eutiques y empleó cuantos medios estuvieron a su alcance para ganarse a san Teodosio. El año 513 depuso a Elías, patriarca de Jerusalén, y ya antes había desterrado de Antioquía a Flaviano II para poner a Severo a la cabeza de su sede. Teodosio y Sabas defendieron valerosamente los derechos de Elías y de su sucesor Juan. Esto movió a los agentes imperiales a tratar de ganarles a su causa, en vista de la gran autoridad que les daba su santidad. Poco después, el emperador envió a Teodosio una fuerte suma de dinero, aparentemente para que la empleara en sus obras de caridad, pero en realidad para conquistar su apoyo. El santo aceptó el dinero y lo distribuyó entre los pobres. Anastasio, creyendo que con ello se había ya ganado la voluntad del santo, le envió para que la firmara una profesión de fe herética que confundía en una sola las dos naturalezas de Cristo. San Teodosio le contestó con una carta llena de espíritu apostólico, que aplacó al emperador por un tiempo; pero pronto renovó éste sus edictos persecutorios contra los ortodoxos y despachó a sus tropas para que los hicieran ejecutar. Al saberlo, Teodosio emprendió un viaje por toda Palestina, exhortando a los cristianos a permanecer fieles a las enseñanzas de los cuatro concilios ecuménicos. En Jerusalén gritó desde el pulpito: «Quien no tiene las enseñanzas de los cuatro concilios ecuménicos en tanta estima como los cuatro Evangelios, merece la muerte eterna». Estas valientes palabras devolvieron el ánimo a los cristianos aterrorizados por los edictos imperiales. Los sermones de Teodosio producían efectos maravillosos y Dios confirmaba su celo con milagros sorprendentes. Por ejemplo, una mujer que sufría de tumores quedó instantáneamente curada con sólo tocar sus vestiduras. El emperador decidió finalmente desterrar a Teodosio; pero Anastasio murió poco después, y su sucesor, Justino, hizo volver al santo del exilio.


En los últimos años de su vida, Teodosio fue atacado por una penosa enfermedad, en la que dio pruebas de paciencia heroica y de sumisión absoluta a la voluntad de Dios. Como un testigo de sus sufrimientos le rogara que orase para que Dios le diese algún alivio, el santo se negó a hacerlo, diciéndole que eso constituiría una falta de paciencia. Cuando Teodosio comprendió que se acercaba el fin, dirigió a sus discípulos una última exhortación y predijo muchas cosas que debían acaecer después de su muerte.


El santo cenobita entregó su alma a Dios en 529, a los ciento cinco años de edad. El patriarca de Jerusalén, Pedro, y toda la ciudad, asistieron a sus funerales, en los que se realizaron varios milagros. El santo fue sepultado en la primera celda que había ocupado, llamada cueva de los Magos, porque la tradición afirmaba que en ella se habían albergado los gentiles que fueron a adorar al Señor en Belén.


Del primitivo monasterio fundado por él solo quedan las ruinas, pero existe otro construido posteriormente, donde ahora se encuentra su sepulcro.


Teodosio defendió durante toda su vida la doctrina del Concilio de Calcedonia: Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. Su vida fue escrita por un discípulo suyo llamado Teodoro, que posteriormente fue obispo de Petra, en Jordania.


LECTURAS


En Vísperas


Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.


Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.


Sab 4,7-15: El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. Una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia y la edad avanzada, una vida intachable. Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó. Lo arrebató para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma. Pues la fascinación del mal oscurece el bien y el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia. Maduró en poco tiempo, cumplió muchos años. Como su vida era grata a Dios, se apresuró a sacarlo de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende, ni les cabe esto en la cabeza: la gracia y la misericordia son para sus elegidos y la protección para sus devotos.


En Maitines


Lc 6,17-23: En aquel tiempo, después de bajar con ellos, Jesús se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».


En la Liturgia


Heb 13,7-16: Hermanos, acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas; lo importante es robustecerse interiormente por la gracia y no con prescripciones alimenticias, que de nada valieron a los que las observaban. Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo; porque los cuerpos de los animales, cuya sangre lleva el sumo sacerdote para el rito de la expiación, se queman fuera del campamento; y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la puerta. Salgamos, pues, hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio; que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios.



Fuente: eltestigofiel.org / preguntasantoral / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia