28/11 - Esteban el Nuevo


El Justo Esteban nació en Constantinopla en el año 715, hijo de padres piadosos llamados Juan y Ana, durante el reinado del emperador Anastasio II, también llamado Artemio (713-715). Su madre había rezado a menudo a la Santísima Deípara en su iglesia de las Blanquernas para que se le concediera tener descendencia, y un día recibió una revelación de nuestra Señora en la cual esta le aseguraba que concebiría el hijo tan deseado. Cuando Ana quedó encinta, le pidió al recién elegido Patriarca Germán que bendijera al bebé que se encontraba en su seno, y este dijo: «Que Dios lo bendiga por las oraciones del Protomártir Esteban»; en ese momento Ana vio una llama salir de la boca del santo Patriarca. Cuando el bebé nació, su madre lo llamó Esteban, según la profecía de San Germán.


Esteban nació y se crió, pues, en la «Reina de las Ciudades» (Constinopla). De joven se ocupó de las letras sagradas, y todos los días asistía a la Iglesia de Dios con su madre, ocupándose con el ayuno y el trabajo duro.


Cuando tenía quince años, sus padres le confiaron a los monjes del antiguo monasterio de San Auxencio, no lejos de Calcedonia. El oficio del joven consistía en comprar las provisiones. Con motivo de la muerte de su padre, Esteban tuvo que ir a Constantinopla. Aprovechó la ocasión para vender sus posesiones y repartir la ganancia entre los pobres.


Una de sus dos hermanas era ya religiosa, la otra partió a Bitinia con su madre, y ambas se retiraron también a un monasterio. Cuando murió el abad Juan, Esteban fue elegido para sucederle a pesar de que solo tenía treinta años. El monasterio consistía en una serie de celdas aisladas y desperdigadas en la montaña. El nuevo abad se estableció en una cueva de la cumbre. Ahí unió el trabajo a la oración: se ocupaba de copiar libros y fabricar redes. Algunos años más tarde, Esteban renunció al cargo y, en un sitio más retirado aún, se construyó una celda tan estrecha que no podía permanecer de pie ni recostarse sin chocar con las paredes. En esa especie de sepulcro se encerró a los cuarenta y dos años de edad.


El emperador Constantino Coprónimo -es decir, «Nombre de Heces», porque manchó las aguas en el vientre de su madre, dando una muestra clara del tipo de impiedad que abrazaría más tarde- continuó la guerra que su padre, León, había declarado a los iconos. Como era de esperar, encontró entre los monjes la oposición más fuerte, tomando contra ellos las medidas más rigurosas. Como estaba al tanto de la gran influencia de Esteban, el emperador se esforzaba para que suscribiese el decreto promulgado por los obispos iconoclastas en el sínodo del año 754. El patricio Calixto hizo el intento de convencer al santo para que lo firmase, pero fracasó en la empresa. Constantino, furioso al no ver la firma de San Esteban, envió a Calixto con un grupo de soldados para que sacasen a rastras al santo de su celda. Esteban se hallaba ya tan extenuado que los soldados tuvieron que llevarle a cuestas hasta la cumbre de la montaña. Algunos falsos testigos acusaron a San Esteban de haber convivido con su hija espiritual, la santa viuda Ana. Esta protestó de su inocencia y, al negarse a dar testimonio contra el santo, como lo pedía el emperador, fue encarcelada en un monasterio, donde murió poco después a consecuencia de los malos tratos.


El emperador, que buscaba un nuevo pretexto para condenar a muerte a Esteban, le sorprendió cuando confería el hábito a un novicio, cosa que estaba prohibida. Inmediatamente los soldados dispersaron a los monjes e incendiaron el monasterio y la iglesia. Esteban fue llevado preso en un navío a un monasterio de Crisópolis, donde se reunieron para juzgarle Calixto y algunos obispos. Al principio le trataron cortésmente, pero después empezaron a maltratarle con brutalidad. El santo les preguntó cómo se atrevían a calificar de ecuménico un concilio que no había sido aprobado por los otros patriarcas, y defendió tenazmente la veneración de las sagradas imágenes. Por ello, fue desterrado a la isla de Proconeso de Propóntide.


Dos años más tarde, Constantino Coprónimo mandó que el Santo fuese trasladado a una prisión de Constantinopla. Unos cuantos días después, cuando el Santo fue conducido de nuevo ante el Emperador, le mostró una moneda y le preguntó de quién era la imagen que aparecía en ella, a lo que el tirano respondió: «Mía»; el Santo volvió a preguntar: «Si alguien pisoteara esta imagen, ¿sería digno de castigo?», y los que estaban alrededor respondieron que sí, momento en que el Santo gimió por su ceguera y les dijo: «¿De modo que es un crimen enorme insultar la imagen del rey de la tierra y no lo es arrojar al fuego las imágenes del Rey del cielo?» y les pidió que, si pensaban que deshonrar la imagen de un rey corruptible era digno de castigo, consideraran el tormento que recibirían los que pisoteaban la imagen del Maestro Cristo y de la Madre de Dios. Luego tiró la moneda al suelo y la pisoteó, por lo que fue condenado a pasar once meses atado y en prisión.


Posteriormente el emperador le mandó azotar, cosa que los verdugos hicieron con extremada violencia. Cuando Constantino se enteró de que el santo no había muerto en el suplicio, exclamó: «¿No hay nadie capaz de librarme de ese monje?». Inmediatamente uno de los presentes corrió a la cárcel y arrastró al mártir por las calles de la ciudad, donde la multitud le golpeó con piedras y palos hasta que un hombre le destrozó la cabeza con un mazo. Esto ocurrió en el año 767.


Partes de sus Sagradas reliquias se encuentran en el monasterio de San Dionisio en el Monte Ato.


LECTURAS


2 Tim 1,8-18: Hijo Timoteo, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio. De este Evangelio fui constituido heraldo, apóstol y maestro. Esta es la razón por la que padezco tales cosas, pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día. Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Ya sabes que todos los de Asia me volvieron la espalda, entre ellos Figelo y Hermógenes. Que el Señor tenga misericordia de la casa de Onesíforo, porque me reconfortó muchas veces y no se avergonzó de mis cadenas; antes bien, en cuanto llegó a Roma, me buscó con ahínco y me encontró. Que el Señor le conceda hallar misericordia de parte del Señor en aquel día. Tú conoces mejor que yo los buenos servicios que prestó en Éfeso.



Fuente: goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Traducción del inglés y adaptación propias