Estos Santos vivieron entre los siglos III y IV durante los reinados de Diocleciano (284-305) y Maximiano (305-311).
Gurias y Samonas eran presbíteros avanzados en años que, junto al diácono Habibo se retiraron al desierto cerca de Edesa, para dedicarse enteramente a Jesucristo. Gastaban sus días entre la oración, la penitencia y la predicación a los que pasaban por allí. Estuvieron en paz, hasta que estalló la persecución de Diocleciano. Fueron apresados e interrogados por el gobernador Antonino, que no logró que apostataran. Luego de pesados interrogatorios, los metió en la cárcel hasta que decidir qué hacer con ellos. Pero el tiempo pasó, Antonino murió y tardaron en designar sucesor. Y los santos en la cárcel.
Debido a un milagro que obraron, estos Santos son invocados para la ayuda en las dificultades maritales. Resulta que cierto godo había llegado a Edesa con el ejército romano y estaba acuartelado en la casa de una viuda piadosa llamada Sofía. El godo le pidió a esta la mano de su hija Eufemia, y ella, tras cierta resistencia, finalmente accedió. Llegado el momento de que el ejército regresara a casa, Sofía hizo al godo jurar por las oraciones de los santos Mártires Gurias, Samonas y Habibo que cuidaría a Eufemia como la niña de sus ojos; sin embargo, cuando se acercaba a su hogar, el traicionero varón le reveló a Eufemia que ya tenía esposa, y esta se vio obligada a servir a dicha mujer, que la trataba de modo inmisericorde. Después de muchos sufrimientos y de ser encerrada viva en una tumba sellada hasta que muriera, Eufemia fue transportada milagrosamente a Edesa, al mismísimo santuario de los Santos Mártires a cuya custodia había sido encomendada, y se reunió con su madre gracias a las santas oraciones de estos.
LECTURAS
Ef 6,10-17: Hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Lc 20,46-47;21,1-4: Dijo el Señor a sus discípulos: «Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con amplias y ricas túnicas y son amigos de ser saludados en las plazas y de ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; devoran las casas de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Estos recibirán una condenación más rigurosa». Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga».