IX Domingo de Lucas


El Paraíso: ¿verdad o ilusión?


«¡Descansa, come, bebe y goza!»


Con estas palabras el rico de la parábola se felicitaba a sí mismo. ¿Acaso dicho estado no es «el paraíso perdido» del lenguaje mitológico –descanso, satisfacción y placer–, paraíso anhelado por muchos? El hombre de hoy planea: trabajaré fuertemente en la juventud para descansar y disfrutar de mis últimos años (¡como si supiera el momento preciso de su partida!). Sinceramente nuestro modo de pensar a menudo es muy parecido al del rico de la parábola.


¿Por qué las palabras de Jesús califican de ignorante nuestra actitud respecto a la búsqueda de este paraíso: «¡Necio!»?


Para Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, «el paraíso perdido» es una añoranza –que se ubica en la subconciencia– hacia el estado del feto en la matriz, donde la creatura come, bebe y descansa incesablemente. La hipótesis del psicoanalista logra, en cierto modo, trazar un perfil de la verdad: los anhelos religiosos no son obra de la civilización sino reacción genuina de la naturaleza humana; pero lo añorado no es el seno materno sino «el regazo de Dios», del cual el hombre ha abortado a sí mismo. Lo que Freud llama «subconciencia» la Biblia denomina «corazón» y la filosofía griega, adoptada por los padres de la Iglesia, le designa como νοός «Noos»: el ojo espiritual del ser humano por cuyo medio se comunica con su Creador y lo busca; es lo que le privilegia como la creación amada de Dios. El hombre, en la comprensión cristiana, no es un animal social ni racional sino un ser litúrgico. La etimología da este sentido a la palabra griega άνθρωπος «ántropo»: el que puede mirar hacia arriba. Físicamente su constitución –ya que puede estar de pie– le posibilita observar cómodamente el cielo; así también su «memoria paradisíaca» le permite añorar lo alto y lo divino. Si bien la mitología de la antigüedad ha adulterado esta nostalgia con las pasiones carnales del mundo caído, la revelación bíblica –culminada con la Encarnación del Hijo de Dios– ha purificado la añoranza y ha devuelto al paraíso su sentido esencial como estado de convivencia con el Señor: «el Reino de Dios ya está entre (en) ustedes» (Lc 17:21). La necedad del rico de la parábola consiste en que desactivó esta memoria. Sus graneros gigantescos le taparon la vista y ya no advertía más allá de su vida mundana.


Un placer –dice un filósofo– se vuelve dolor cuando te adviertes de que acabará pronto: ahora comes, al rato tendrás hambre; descansas, luego te cansarás o padecerás enfermedad. No era así con Adán en el Paraíso. Su permanencia con Dios garantizaba su permanencia en la dicha.


La Iglesia, como voz que clama en el desierto, no cesa de reavivar en nosotros la memoria del «Reino de Dios» como anhelo constante y criterio básico de nuestro pensamiento, sentimiento y actitud. Cuando el cristiano llena sus sentidos y los espacios de su vida con la Palabra de Dios, la Gracia obra en él mística e imperceptiblemente, transformando su subconciencia añorante en una conciencia verídica, y he aquí que se vuelve iniciado del Paraíso restaurado. Amén.


LECTURAS


Lc 12,16-21: Dijo el Señor esta parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».



Fuente: iglesiaortodoxa.org.mx / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española