26/02 - La Santa Megalomártir Fotina (Fotine) la Samaritana


Se dice que Fotina es la mujer samaritana a la cual Jesús pidió agua en el pozo de Jacob (Juan, 4, 6-42). Fotina, después del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, se retiró a Cartago con su hijo José -en torno al año 66- desarrollando una intensa actividad evangelizadora para extender el cristianismo. Su otro hijo – Víctor -, se dedicó a la milicia, y después de los éxitos obtenidos contra los ávaros, llegó a comandante militar en Atalia (Asia Menor).


El gobernador de esta región, Sebastián, era amigo íntimo de Víctor y un día le mandó llamar y le dijo que había llegado a su conocimiento que tanto él, como su madre y su hermano eran cristianos, y que como amigo le aconsejaba someterse a los deseos del emperador y denunciar a los cristianos para hacerse con su patrimonio. Además era aconsejable que su madre y su hermano abandonaran la predicación en público, limitándose a mantener su fe en secreto.


Pese a las buenas intenciones del gobernador, Víctor replicó que deseaba ser apóstol como sus familiares. El gobernador se retiró, decepcionado, y en cuatro días Víctor no volvió a verle. En cuanto se encontró de nuevo con él, éste le dijo: “Sólo la fe de los cristianos es auténtica, no hay otra fe”. Ante la sorpresa de Víctor, se limitó a añadir: ”Cristo está llamándome”. La leyenda dice que en aquellos cuatro días Cristo se le había aparecido y lo había dejado ciego para advertirle del trato a los cristianos. Sólo cuando Sebastián había accedido a convertirse había recuperado la vista, por lo cual se hizo inmediatamente bautizar.


Cuando Nerón fue informado de la conversión del gobernador de Atalia, mandó que detuvieran a Sebastián y a Víctor y los llevaran a su presencia. Deportaron también de Cartago a Fotina y a José. Durante la noche que estuvo esperando el juicio Víctor vio a Cristo en sueños y éste le dijo: “A partir de ahora te llamarás Fotino, porque tú iluminarás a muchos otros para que crean en mí”. Tras se interrogados y obligados a sacrificar a los dioses sin éxito, a Sebastián y Fotino les aplastaron los dedos y les descoyuntaros los nudillos. Posteriormente les dejaron ciegos y los enviaron a prisión.


Fotina y José habían sido reunidos con otras cinco hermanas dispuestas para juicio. Los nombres de estas mujeres eran, según la tradición, Anatolia, Fótide, Parasceve, Ciríaca y Thais. Todas ellas fueron enviadas bajo el custodio de Domnina, hija de Nerón, en un período de tiempo que duró tres años. Durante todo aquel período de tiempo Fotina logró convertir al cristianismo a Domnina y a sus esclavas. En cierta ocasión descubrió que una envenenadora le había emponzoñado la comida para matarla, y la perdonó.


Por aquellos días optó Nerón por deshacerse de los tres varones, debido a la gran expectación que causaban. Sebastián, Fotino y el joven José fueron crucificados, y mientras pendían de las cruces se les azotó con correas. Los tuvieron así varias horas, tras las cuales los bajaron, les cortaron las piernas, que fueron arrojadas a los perros, y los desollaron vivos. Murieron tras una atroz agonía.


Cuando supo que Fotina había convertido a su hija, Nerón mandó también despellejarla y arrojarla a un pozo seco para dejarla morir allí. No contento con ello, mandó coger a las cinco hermanas, cortarles los pechos y despellejarlas vivas. Hecho esto, puso fin a las cinco hermanas mandando que fueran decapitadas, excepto a Fótide, a quien aplicó una muerte atroz: fue atada por los pies a dos árboles en tensión, que al ser soltados, la descuartizaron.


Sólo quedaba Fotina con vida. Mandó sacarla del pozo donde aún seguía, y la encarceló durante veinte días más. Tras ese tiempo la mandó llamar de nuevo y le exigió sacrificar a los dioses para salvar su vida. Se dice que ella le escupió al rostro y le gritó: “¡Oh, el más impío de los ciegos; tú, hombre libertino y estúpido! ¿Crees que soy tan necia como para consentir en renunciar a mi Señor y sacrificar a ídolos tan ciegos como tú?”. Tras ello, Nerón mandó que fuera de nuevo arrojada el pozo y esta vez sellado. En este enterramiento en vida, Fotina murió al cabo de poco tiempo.


Fotina sigue siendo muy venerada en el mundo ortodoxo, que no vacila en seguir identificando a esta mártir con la samaritana del pozo de Jacob. Sin embargo, también en el cristianismo romano se la celebra, en particular en Filipinas, donde se produce también esta identificación y hasta se le dedican pasos procesionales en Semana Santa, lo que constituye toda una anomalía ya que, en la tradición occidental, lo común ha sido no identificar a Fotina con la samaritana, e incluso ignorar la existencia de la primera. Entre los ortodoxos es muy venerada y considerada muy milagrosa, habiendo un gran recuento de prodigios y milagros obrados por esta santa mártir.


La tradición bizantina establece que sus reliquias fueron veneradas en Constantinopla, en dos santuarios distintos, donde obraban milagros con los fieles, aunque actualmente parece que ya no existen. El primer hallazgo de las reliquias se produjo cerca de Blanquerna, donde se apareció a un ciego llamado Abraam -quien la describió como una mujer muy anciana, vestida de lino y con un rostro agradable y encantador- y, tocándole los ojos con una vela encendida, le devolvió la vista -haciendo, pues, honor a su nombre, “iluminadora”- y le encargó que recuperara sus restos.


Pues bien, existen reliquias de esta Santa, como es el cráneo venerado en Montenegro, un fragmento del cráneo venerado en la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma y su presunto cántaro en la iglesia del pozo de Jacob, que se dejó cuando fue a anunciar a su pueblo que había encontrado al Mesías. También hay un pie incorrupto en el monasterio de Iviron del Monte Athos y otro fragmento de cráneo en el monasterio Grigoriou, entre otras reliquias dispersas.


Meldelen


LECTURAS


En Vísperas


Prov 1,20;3,19-34: La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz. El Señor cimentó la tierra con sabiduría y afirmó el cielo con inteligencia; con su saber se abren los veneros y las nubes destilan rocío. Hijo mío, no las pierdas de vista, conserva la prudencia y la reflexión: serán ellas tu aliento vital, serán el adorno de tu cuerpo. Así caminarás confiado y no tropezará tu pie. Podrás descansar sin temor, dormir con un sueño relajado. No temerás el terror repentino ni el ataque de los malvados cuando llegue, pues el Señor estará a tu lado y librará tu pie de la trampa. No niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano concedérselo. Si tienes, no digas al prójimo: «Anda, vete; mañana te lo daré». No trames daños contra tu prójimo, mientras vive confiado a tu lado; no pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño alguno; no envidies al hombre violento, ni trates de imitar su conducta, porque el Señor detesta al perverso y pone su confianza en los honrados; el Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del justo; el Señor se burla de los burlones y concede su gracia a los humildes.


Prov 31,8-30: Sé voz de quien no tiene voz, defensor del hombre desvalido, pronuncia sentencias justas, defiende al pobre desprotegido. Una mujer fuerte, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas. Le trae ganancias, no pérdidas, todos los días de su vida. Busca la lana y el lino y los trabaja con la destreza de sus manos. Es como nave mercante que importa el grano de lejos. Todavía de noche, se levanta a preparar la comida a los de casa y repartir trabajo a las criadas. Examina un terreno y lo compra, con lo que gana planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Comprueba si van bien sus asuntos, y aun de noche no se apaga su lámpara. Aplica sus manos al huso, con sus dedos sostiene la rueca. Abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre. Si nieva, no teme por los de casa, pues todos llevan trajes forrados. Ella misma se hace las mantas, se viste de lino y de púrpura. En la plaza respetan al marido cuando está con los jefes de la ciudad. Teje prendas de lino y las vende, provee de cinturones a los comerciantes. Se viste de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad. Vigila la marcha de su casa, no come su pan de balde. Sus hijos se levantan y la llaman dichosa, su marido proclama su alabanza: «Hay muchas mujeres fuertes, pero tú las ganas a todas». Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza.


Prov 3,11-18: Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido. Dichoso el que encuentra sabiduría, el hombre que logra inteligencia: adquirirla vale más que la plata, es más provechosa que el oro y más valiosa que las perlas; no se le comparan las joyas. En la diestra trae largos años, honor y riquezas en la izquierda; sus caminos son deleitosos, todas sus sendas prosperan; es árbol de vida para quienes la acogen, son dichosos los que se aferran a ella.


En Maitines


Jn 8,3-11: En aquel tiempo, los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».


En la Liturgia


2 Cor 4,1-12: Hermanos, encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios. Y si nuestro Evangelio está velado, lo está entre los que se pierden, los incrédulos, cuyas mentes ha obcecado el dios de este mundo para que no vean el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.


Jn 4,5-42: En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos». En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».



Fuente: preguntasantoral / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia