2 Pe 2,9-22: Amados, bien sabe el Señor librar de la prueba a los piadosos y guardar a los impíos para castigarlos en el día del juicio, y sobre todo a los que andan tras la carne con deseos lascivos y desprecian el Señorío. Atrevidos y arrogantes, no temen blasfemar contra seres gloriosos, cuando ni los ángeles, que son superiores en fuerza y en poder, profieren juicio insultante contra ellos en presencia del Señor. Estos, como animales irracionales, destinados naturalmente a la caza y a la muerte, insultan lo que desconocen y perecerán como bestias, cobrando por ser injustos salario de iniquidad. Para ellos la felicidad consiste en el placer de cada día; son corruptos y viciosos que disfrutan con sus engaños mientras banquetean con vosotros; tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecado; seducen a las personas débiles y tienen el corazón entrenado en la codicia, ¡Malditos sean! Abandonando el camino recto, se extraviaron y siguieron el derrotero de Balaán, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad y obtuvo la reprensión de su propia trasgresión: una burra muda, expresándose con voz humana, impidió la insensatez del profeta. Estos son fuentes sin agua y nubes impulsadas por el huracán, a los que aguarda la oscuridad de las tinieblas, pues expresando grandilocuencias sin sentido seducen con deseos carnales libertinos a quienes hace poco se han alejado de los que se mueven en el error. Les prometen libertad, pero ellos son esclavos de la corrupción, porque uno es esclavo de aquello que lo domina. Pues si, después de haberse alejado de los abusos del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a implicarse en ellos hasta verse dominados, entonces su situación última es peor que la primera. Pues habría sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, desviarse del mandamiento santo que les había sido transmitido. Les pasa lo de ese refrán tan verdadero que dice: «El perro vuelve a su propio vómito» y «Cerda lavada se revuelca en el fango».
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española