La honorable cabeza de Juan el Precursor, que provoca la reverencia de los Ángeles, fue enterrada primero en la casa de Herodes, quien lo había encarcelado y decapitado a causa de Herodías, la esposa de su hermano Felipe, ya que Juan había reprendido a Herodes por su relación ilícita con dicha mujer. Cuando los discípulos de Juan enterraron su cuerpo en Sebaste, Herodías se quedó con la cabeza para burlarse de él y lo enterró en secreto en los terrenos del palacio, en un lugar inmundo. Por esto deseaba mantener la cabeza separada del cuerpo, para evitar su posible resurrección y asimismo su reprensión.
Una de las mujeres de su hogar era Juana, la esposa del mayordomo de Herodes, que también era seguidora del Señor Jesucristo y estaba entre las miróforas. Afligida por el maltrato de la honorable cabeza del Precursor, se acercó una noche en oculto al escondite donde estaba enterrada la cabeza del Precursor, la recuperó, la llevó al Monte de los Olivos y la enterró en el terreno de una de las haciendas de Herodes.
Poco antes de que Constantino el Grande ascendiera al trono del Imperio Romano en el 324 d.C., cierto cristiano llamado Inocencio decidió abandonar el mundo y vivir una vida ascética en el Monte de los Olivos, donde compró algunas tierras en la propiedad que antes pertenecía a Herodes. Allí construyó una celda monacal y una capilla para orar. Durante la construcción, se necesitó abrir una zanja para colocar los cimientos, y al excavar descubrió un recipiente de barro que contenía un cráneo. Conoció la identidad de este cráneo por una revelación divina acompañada por obras de poder y gracia, después de haber realizado muchos milagros. Antes de su eterno reposo, el monje Inocencio volvió a enterrar el honorable cráneo en los terrenos de su celda y capilla. Durante varios años, este sitio quedó en ruinas y la ubicación de esta preciosa reliquia permaneció desconocida.
El primer hallazgo
Después de que Constantino llegara al trono y de que su madre Elena hiciera de la Tierra Santa un centro de peregrinación con el descubrimiento de la Verdadera Santa Cruz y el Santo Sepulcro, entre otros lugares, dos monjes decidieron hacer una peregrinación a Jerusalén para venerar los Santos Lugares. Una noche, mientras los monjes dormían en Jerusalén, a uno de ellos se le concedió recibir una visita de San Juan el Precursor. Le reveló al monje la ubicación exacta de su cabeza en el Monte de los Olivos y le ordenó que la encontrara. Cuando despertó y le contó a su compañero monje esta revelación divina, éste le convenció de que no era más que un mero sueño y no hicieron caso. La noche siguiente, sin embargo, el Precursor se apareció a ambos monjes por separado y los reprendió por su incredulidad, ordenándoles que se levantaran e hicieran lo que les había ordenado. Agitados del sueño, fueron al lugar indicado y comenzaron a cavar. En poco tiempo, descubrieron la vasija de barro con el cráneo. Colocándolo en un saco hecho de pelo de camello, regresaron a Jerusalén.
Durante este tiempo había un alfarero que vivía en Emesa (hoy Homs) de Siria que había caído en la pobreza y estaba buscando otra ocupación. Dejando a su esposa y su hogar, se fue a buscar trabajo, y en el camino se encontró con los dos monjes que habían abandonado Jerusalén para regresar a su tierra natal con el cráneo honorable. En busca de compañía en sus viajes, el alfarero siguió a los monjes y llevó el saco que contenía el cráneo del Precursor después de que se lo pidieran, aunque no le fue revelado lo que contenía. Mientras caminaban, cuando los monjes se separaron un poco del alfarero, el Sagrado precursor se le apareció en el camino y le dijo: "Ten en cuenta que yo soy Juan, el Precursor del Señor. El saco que llevas en tu mano contiene mi cabeza. Te invito a que huyas de la compañía de tus compañeros de viaje". Después de confirmar que el saco contenía una calavera, el alfarero obedeció sin vacilar y regresó a su hogar, con su esposa, en Emesa.
En cuanto a la razón por la que el Santo Precursor le pidió al alfarero que tomara la reliquia de los monjes, se sugirió que era porque estos monjes eran demasiado negligentes e incrédulos para cuidar adecuadamente del precioso cráneo. Esto se demostró por el hecho de que le dieron el saco a un extraño para que lo cargara, cuando deberían haberlo guardado y protegido como a su vida misma. El alfarero, sin embargo, se sometió a los monjes y llevó el saco con cuidado. También se ha sugerido que estos monjes podrían haber pertenecido a una secta herética.
El alfarero regresó a su casa y le contó a su esposa todo lo que le había sucedido a lo largo del camino. Ambos entendieron el preciadísimo tesoro que estaba en su hogar, por lo que diariamente quemaban incienso y encendían velas. Por esto, el Precursor bendijo su hogar, y su pobreza se convirtió en un débil recuerdo. Sin embargo, no queriendo ser vencidos por el falso orgullo que conllevan las riquezas, se aseguraron de distribuirlas adecuadamente entre los pobres y los necesitados, entendiendo que fueron bendecidos por Dios a través del Precursor.
Finalmente la esposa, con muchos años ya, descansó en el Señor; y cuando se acercaba su propio fin, el Santo precursor se le apareció al alfarero y le dijo: "Se acerca el momento del fin de tu estancia terrenal. Coloca mi cabeza en una vasija de agua vacía. Sella la vasija y confíala a tu hermana. No deseo que mi cabeza quede consagrada en relicarios de oro o plata". El devoto alfarero obedeció y le dio la jarra sellada a su hermana, pidiéndole que no la abriera a menos que el Precursor quisiera que lo hiciera. Después de que el alfarero reposara, su hermana guardó fielmente el precioso tesoro en su casa. Y cuando ella descansó, se lo entregó a otro cristiano devoto y virtuoso.
Con el tiempo, la preciosa reliquia pasó de un devoto cristiano a otro. Llegó un momento en que la honorable cabeza llegó a manos de un hieromonje arriano llamado Eustaquio, que vivía en una cueva. La reliquia sagrada fue responsable de numerosos milagros y curaciones; sin embargo, el hereje se atribuyó todo esto a sí mismo en lugar de al Santo Precursor con el fin de promover su herejía. Por esto muchas personas se sintieron atraídas a creer que el arrianismo era verdadero y aceptaron la herejía. Sin embargo, con el tiempo, la gente de Emesa llegó a comprender las malas intenciones de Eustaquio y trataron de expulsarlo de su cueva.
Cuando los oficiales fueron informados, fueron a retirarlo, pero Eustaquio los convenció de que esperaran unas horas hasta que pusiera sus cosas en orden y luego se iría. Durante este tiempo, tomó la vasija que contenía el cráneo y la enterró en un profundo agujero en su cueva. Su intención era regresar en algún momento y recuperar la reliquia que tanto prestigio y fama le había dado, para continuar con su fraude. Sin embargo, con la partida de Eustaquio, ciertos monjes ortodoxos se instalaron en esta cueva, y Eustaquio no pudo recuperarla.
El segundo hallazgo
Con el paso del tiempo, la cueva del hereje Eustaquio se convirtió en una floreciente hermandad de monjes. Sin embargo, nadie era consciente del precioso tesoro que contenía la cueva.
A mediados del siglo V, sobre el año 430, al Archimandrita Marcelo, que era el superior de esta comunidad durante el tiempo en que Uranio fue obispo de Emesa, se le concedió una visión del Santo Precursor. Según el relato de Marcelo, que se ha conservado, sabemos que el 18 de febrero, durante la Gran Cuaresma, el Santo precursor se le apareció por primera vez en una visión y lo bendijo. Más tarde, el 24 de febrero, la ubicación del Santo Cráneo del Precursor le fue revelada en otra visión por medio de una estrella que se le dijo que siguiera y que le llevó a la cueva. Después comenzó a cavar en el lugar donde desapareció la estrella, y allí encontró la vasija que contenía la Reliquia Sagrada. Luego, con reverencia, tomó el Honorable Cráneo como un tesoro que no tiene precio, y se lo llevó al Obispo, quien se regocijó en gran manera al enterarse de este descubrimiento.
Pronto se construyó una iglesia en Emesa para honrar a San Juan el Precursor. Dentro de esta iglesia se construyó una cripta, y se colocó la Honorable Cabeza en ella, donde fue venerada por los fieles, y se hizo responsable de que muchos fuesen curados de enfermedades y otros males.
LECTURAS
En Vísperas
Is 40,1-5;9;41,17-18;45,8;48,20-21;54,1: Esto dice el Señor: «Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados». Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor—». Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua. Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob. Los llevó por la estepa y no pasaron sed: hizo brotar agua de la roca. Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada».
Mal 3,1;2;3;5;6;7;12;17;18;22-23;24: Esto dice el Señor todopoderoso: «Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí. De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; ¿quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata y el oro. Os llamaré a juicio y seré testigo diligente contra magos y adúlteros, contra los que juran en falso y no vuelven su mirada hacia mí». Dice el Señor del universo: «Pues yo, el Señor, no he cambiado; pero vosotros, hijos de Jacob, os habéis rebelado contra mis mandatos y no los cumplís. Volveos a mí y yo me volveré a vosotros». Dice el Señor del universo: «Todos los pueblos os felicitarán. Volverán a ser propiedad mía; me compadeceré de ellos como se compadece el hombre de su hijo que lo honra. Volveréis a ver la diferencia entre el justo y el malhechor. Recordad la ley de mi siervo Moisés, los mandatos y preceptos que le di en el Horeb para todo Israel. Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».
Sab 4,7;16;17;19-20;5,1-7: El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. El justo difunto condena a los impíos aún vivos. La gente ve la muerte del sabio, pero no comprende los designios divinos sobre él. Bien pronto serán cadáveres sin honra, oprobio para siempre entre los muertos. Pues el Señor los precipitará de cabeza, sin dejarles rechistar, los sacudirá de sus cimientos y quedarán totalmente asolados; vivirán sumidos en el dolor y su recuerdo se perderá. Al rendir cuenta de sus pecados, comparecerán asustados y sus delitos se levantarán contra ellos para acusarlos. Entonces el justo estará en pie con gran aplomo delante de los que lo afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verlo, se estremecerán de miedo, estupefactos ante su inesperada salvación. Arrepentidos y gimiendo de angustia se dirán: «Este es aquel de quien antes nos reíamos y a quien, nosotros insensatos, insultábamos. Su vida nos parecía una locura y su muerte, una ignominia. ¿Cómo ahora es contado entre los hijos de Dios y comparte la suerte de los santos? Sí, nosotros nos desviamos del camino de la verdad, la luz de la justicia no nos alumbró y el sol no salió para nosotros. Nos fatigamos por sendas de maldad y perdición, atravesamos desiertos intransitables, pero no reconocimos el camino del Señor».
En Maitines
Lc 7,17-30: En aquel tiempo, lo que Jesús había hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante. Los discípulos de Juan le contaron todo esto. Y Juan, llamando a dos de sus discípulos, los envió al Señor diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”». En aquella hora curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Y respondiendo, les dijo: «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!». Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar a la gente acerca de Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. Porque os digo, entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él». Al oír a Juan, todo el pueblo, incluso los publicanos, recibiendo el bautismo de Juan, proclamaron que Dios es justo. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.
En la Liturgia
2 Cor 4,6-15: Hermanos, el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Mt 11,1-15: En aquel tiempo, cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!». Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo. El que tenga oídos, que oiga».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / goarch.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Traducción del inglés y adaptación propias