15/02 - Onésimo el Apóstol de los 70


Etimológicamente su nombre significa “provechoso”. Viene de la lengua griega.


Este esclavo, muerto en el año 90, lo nombra san Pablo brevemente en una de sus cartas: «Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora es muy útil para ti y para mí» (Flm 10-11). Se sabe que estaba al servicio de Filemón, el líder de la ciudad de Colosas, de donde procedía.


Tenía una amistad muy íntima con Pablo porque fue uno de sus conversos. Gozaba de una buena reputación como persona amable, generosa y hospitalaria.


El pecado de haber robado a su dueño, lo confesó y pidió perdón. Desde entonces ya nunca dejaría los pasos de san Pablo, el apóstol de las gentes.


Volvió de nuevo a casa de Filemón y lo aceptó como a un verdadero hermano, ya que san Pablo lo nombró de nuevo en la carta a los de Colosas: «En cuanto a mí, de todo os informará Tíquico, el hermano querido, fiel ministro y consiervo en el Señor, a quien os envío expresamente para que sepáis de nosotros y consuele vuestros corazones. Y con él a Onésimo, el hermano fiel y querido compatriota vuestro. Ellos os informarán de todo cuanto aquí sucede» (Col. 4;7-9).


Todo el resto de su vida es un tanto desconocido. Sin embargo, autores de la solvencia y garantía como san Jerónimo, afirman que Onésimo llegó a ser predicador de la Palabra de Dios, y algo más tarde fue consagrado obispo, posiblemente de Berea en Macedonia, y su anterior dueño fue también consagrado obispo de Colosas.


Lo que realmente impactó a este santo fue la visita que le hizo a san Pablo cuando estaba encarcelado en Roma, en las prisiones Mamertinas, en el mismo Foro romano. Hoy día se pueden ver.


Este encuentro le dejó el alma tan llena, tan feliz y tan impresionada por la actitud de Pablo prisionero por Cristo, que fue el origen de su verdadera conversión a la fe de Cristo para toda su vida.


Domiciano sintió ganas de conocerlo, no tanto por ver sus milagros y costumbres, sino para acabar con su vida en el año 90 ó 95. Algunas fuentes aseguran que Onésimo sufrió el martirio en Putéoli, mientras que otras afirman que predicó en España y aquí sufrió el martirio.


En Grecia se le honra como patrón de los encarcelados.


Podemos afirmar que San Pablo escribió la carta a Filemón, la única privada del corpus paulino, exclusivamente para tratar con su discípulo ese punto: ahora que Onésimo ha recibido el bautismo y es libre en Cristo, Pablo pide a Filemón que no le aplique los rigores de la ley humana, ¡y que ni siquiera le pida a Filemón la restitución de la deuda que, al parecer, contrajo con su amo! Eso no significa que san Pablo le esté pidiendo a Filemón la manumisión del esclavo, sino sólo que establezca una nueva relación con él, una relación fundada en una nueva base: la fe. Y en ese punto es cuando la carta deja de ser privada y se vuelve un texto que significa para nosotros todo un modelo de cómo actuar ante leyes humanas que contradicen las bases mismas de la fe. Problema que es actual en cada época, porque no hay ni hubo ningún momento en la historia en que las leyes humanas estuvieran realmente adecuadas al ideal del Evangelio, que no es sino el Reino de Cristo.


La «receta» que propone Pablo no es empezar por reemplazar las leyes, ni siquiera por impugnar su legitimidad, sino superarlas en el obrar concreto de los creyentes, hacer que esas leyes sean inútiles. Así, por ejemplo, uno puede muy bien constatar que, aunque casi todos los países del que hoy denominamos «primer mundo» abolieron la esclavitud más o menos al mismo tiempo, aquellos en donde el tejido social cristiano era más firme, la esclavitud había, de hecho, desaparecido mucho antes de la realidad, aunque las leyes que la avalaban subsistieran.


Fue precisamente gracias a Onésimo que la Providencia nos prodigó en Pablo una reflexión tan profunda sobre tema tan delicado y necesario en todo tiempo.


También se le conmemora el 22 de noviembre junto con Filemón, Apia y Arquipo.


LECTURAS


Flm 1,1-25: Pablo, prisionero por Cristo Jesús, y Timoteo, el hermano, a nuestro querido colaborador Filemón, a Apia la hermana, a Arquipo, nuestro compañero de armas, y a la Iglesia de tu casa: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor. Siempre que me acuerdo de ti en mis oraciones, doy gracias a mi Dios al oír el amor y la fe que tienes en el Señor Jesús, y hacia todos los santos, de modo que la comunión de tu fe se manifieste reconociendo el bien tan grande que hay en nosotros en orden a Cristo. Pues he experimentado gran gozo y consuelo por tu amor, hermano, ya que, gracias a ti, los corazones de los santos han encontrado alivio. Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para indicarte lo que conviene hacer, prefiero apelar a tu caridad, yo, Pablo, anciano, y ahora prisionero por Cristo Jesús. Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora en cambio es tan útil para ti y para mí. Te lo envío como a hijo. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad. Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta: yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo. Te escribo fiado de tu disponibilidad: sé que harás más de lo que te pido. Otra cosa: prepárame hospedaje, pues, gracias a vuestras oraciones, espero saludaros. Te saludan Epafras, compañero de prisión por Cristo Jesús; Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores. La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu. Amén.


Mc 2,23-28;3,1-5: En aquel tiempo, atravesaba Jesús un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas. Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?». Él les responde: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que solo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?». Y les decía: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado». Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo. Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida.



Fuente: catholic.net / eltestigofiel.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia