Por las oraciones de nuestros santos padres teóforos, oh Señor Jesucristo Dios nuestro, ten piedad de nosotros. Amén.
Gloria a ti, Dios nuestro, gloria a ti.
¡Oh Rey Celestial, Consolador, Espíritu de la Verdad, que estás en todas partes y todo lo llenas, tesoro de bien y dispensador de vida! Ven y habita en nosotros y purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, oh Bondadoso.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Oh Señor, perdona nuestros pecados. Oh Soberano, absuelve nuestras transgresiones. Oh Santo, visita y sana nuestras dolencias por amor a tu nombre.
Señor, ten piedad (3 veces).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno.
Señor, ten piedad (12 veces).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Venid, adoremos a Dios, nuestro rey.
Venid, adoremos y postrémonos ante Cristo, nuestro rey y Dios.
Venid, adoremos y postrémonos ante el mismo Cristo, nuestro rey y Dios.
Salmo 22
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. Tú preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor por muy largo tiempo.
Salmo 23
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. ¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente: él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. ¡Puertas, levantad vuestros dinteles; levantaos, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! ¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. ¡Puertas, levantad vuestros dinteles; levantaos, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! ¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
Salmo 115
Amo al Señor porque él escucha el clamor de mi súplica, porque inclina su oído hacia mí cuando yo lo invoco. Los lazos de la muerte me envolvieron, me alcanzaron las redes del Abismo, caí en la angustia y la tristeza; entonces invoqué al Señor: “¡Por favor, sálvame la vida!”. El Señor es justo y bondadoso, nuestro Dios es compasivo; el Señor protege a los sencillos: yo estaba en la miseria y me salvó. Alma mía, recobra la calma, porque el Señor ha sido bueno contigo. Él libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída. Yo caminaré en la presencia del Señor, en la tierra de los vivientes. Tenía confianza, incluso cuando dije: “¡Qué grande es mi desgracia!”. Yo, que en mi turbación llegué a decir: “¡Los hombres son todos mentirosos!”. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo su pueblo. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya, aleluya, aleluya. Gloria a ti, oh Dios (3 veces).
Señor, ten piedad (3 veces).
Troparios, tono 8
Señor nacido de la Virgen, no tengas en cuenta mis iniquidades y purifica mi corazón haciéndolo un digno templo para tu purísimo Cuerpo y tu purísima Sangre; no me rechaces de tu rostro, ¡oh tú!, que tienes infinita misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
¿Cómo podré yo, indigno, atreverme a comulgar de tus Santos Dones? Pues, aunque osase acercarme a ti con aquellos que son dignos, mi vestimenta me delataría, pues no es de fiesta, y obtendría la condenación de mi alma muy pecadora. Purifica, ¡oh Señor!, la impureza de mi alma y sálvame, pues amas a la humanidad.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Múltiples e innumerables son mis pecados, ¡oh Madre de Dios!; a ti acudo, Purísima, suplicando la salvación. Ven en ayuda de mi alma debilitada e implora a tu Hijo, que es nuestro Dios, que me conceda la remisión de todas las maldades por mí cometidas, oh única bendita.
Durante la Santa y Gran Cuaresma di:
Mientras los gloriosos Apóstoles eran iluminados en la Cena, durante el lavatorio de los pies el impío Judas fue oscurecido con la enfermedad de la codicia y a inicuos jueces te entregó a ti, que eres el Justo Juez. Mirad al amante de la riqueza, que a causa de su codicia se ahorcó; huid del alma insaciable que se atrevió a tal extremo contra el Maestro. ¡Señor, que eres bueno por encima de todas las cosas, gloria a Ti!
Salmo 50
¡Ten piedad de mí, oh, Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable; yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre. Tú amas la sinceridad del corazón y me enseñas la sabiduría en mi interior. Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados. Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. ¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío, y mi lengua anunciará tu justicia! Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado. Trata bien a Sion por tu bondad; reconstruye los muros de Jerusalén. Entonces aceptarás los sacrificios rituales –las oblaciones y los holocaustos– y se ofrecerán novillos en tu altar.
Inmediatamente después:
Canon para la Comunión, tono 2
Oda 1ª
Hirmo: Venid, pueblo, cantemos un himno a Cristo Dios, al que dividió el mar y guió a su pueblo, que había librado de la esclavitud de Egipto, porque ha sido glorificado.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Señor bondadoso, sea para mí tu sagrado Cuerpo el pan de la vida eterna, y tu preciosa sangre remedio de mis diversas debilidades.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Miserable como soy, me encuentro manchado por hechos inadmisibles y no soy digno de la comunión de tu purísimo Cuerpo y de tu divina Sangre.
¡Oh Cristo, hazme digno de ella!
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Bienaventurada Novia de Dios, suelo fértil donde creció la espiga sin cosechar y Salvadora del mundo, concede que yo, comiéndola, sea salvado.
Oda 3ª
Hirmo: Afirmándome en la roca de la fe, tú has engrandecido mi boca contra mis enemigos; se alegró mi espíritu y canta: no hay santo como el Señor Dios nuestro, ninguno es más recto que tú.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Cristo, dame lágrimas que laven las impurezas de mi corazón a fin de que, limpio y con buena conciencia, pueda acercarme con fe y temor, ¡oh Soberano!, a la comunión de tus Divinos Dones.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Que tu purísimo Cuerpo y tu Divina Sangre sean para la remisión de mis pecados, para la comunión del Espíritu Santo, para la vida eterna y para alejar de mí toda pasión y aflicción, ¡oh amante de la humanidad!
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Santísima, refectorio del Pan de Vida que por misericordia vino de lo alto y da nueva vida al mundo; concede que yo, aunque indigno, ahora participe de él con temor y viva.
Oda 4ª
Hirmo: Viniste de la Virgen, no como ángel ni intercesor, sino tú mismo Señor encarnado, y me salvaste íntegramente a mí, hombre. Por eso exclamo: "¡Gloria a tu poder, oh Señor!"
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Has querido encarnarte por nosotros, ¡oh muy misericordioso!, y ser sacrificado como cordero por los pecados de los hombres. Por eso te imploro: limpia mis pecados.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Sana las llagas de mi alma, Señor, y santifícame íntegramente, y concede, ¡oh Soberano!, que, siendo yo miserable, participe de tu mística cena Divina.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Manifiéstame la misericordia del que existe de tu vientre y consérvame a mí, tu siervo, puro e impecable a fin de que, recibiendo la espiritual Perla, sea santificado.
Oda 5ª
Hirmo: Dador de luz y Soberano, creador de los siglos, guíanos en la luz de tus mandamientos, pues fuera de ti no conocemos a otro Dios.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Como tú, ¡oh Cristo!, predijiste, así sea con tu siervo inicuo; mora en mí según tu promesa. He aquí que como tu Divino Cuerpo y bebo tu Sangre.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Verbo Divino y Dios, sea la brasa de tu Cuerpo para mi iluminación, pues estoy obnubilado, y tu Sangre para la purificación de mi alma impura.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
¡Oh, María!, Madre de Dios, morada de honorable perfume; por tus oraciones hazme recipiente selecto a fin de que comulgue con las bendiciones de tu Hijo.
Oda 6ª
Hirmo: Arrastrándome en el abismo del pecado, invoco la insondable hondura de tu misericordia: Dios, levántame de la corrupción.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
¡Oh Salvador, santifica mi inteligencia, mi alma, mi corazón y mi cuerpo! Y hazme digno de acercarme sin condenación a tus temibles misterios.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Concede que me aleje de las pasiones y que por tu gracia consiga, mediante la comunión de tus Santos Misterios, el fortalecimiento de mi vida.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Verbo Santo de Dios y Dios, santifícame íntegramente, ahora que me acerco a tus Divinos Misterios, por las oraciones de tu Santísima Madre.
Señor, ten piedad (3 veces).
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Contaquio, tono 2: No me impidas ahora, ¡oh Cristo!, que reciba el pan que es tu Cuerpo y tu Divina Sangre; aunque soy miserable, permíteme participar, Señor, de tus purísimos y temibles Misterios: que no sean para mi condenación, sino para vida eterna e inmortal.
Oda 7ª
Hirmo: Los jóvenes sabios no sirvieron al ídolo de oro, mas entraron en el horno despreciando a los dioses paganos y, clamando entre las llamas, un ángel los roció porque fue oída la oración de sus labios.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Cristo, fuente de bondades, que la comunión de tus inmortales misterios sea ahora para mí luz, vida e impasibilidad; que sirva para crecimiento y progreso en la virtud divina de modo que te glorifique a ti, oh único Bueno.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Que sea yo librado de mis pasiones, de los enemigos, de toda necesidad y de toda aflicción, pues hoy me acerco a tus inmortales y divinos misterios con temor, devoción y amor; permite, tú que amas a la humanidad, que te cante: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres".
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Tú, que diste a luz a Cristo el Salvador, eres llena de gracia más allá del entendimiento humano. A tí, Purísima, te ruego ahora yo, tu siervo impío, que me libres de toda iniquidad del alma y del cuerpo, pues deseo acercarme a los Santísimos Sacramentos.
Oda 8ª
Hirmo: Canten los hechos de Dios, que descendió al ardiente horno con los jóvenes hebreos y convirtió la llama en rocío; exáltenlo a él como Señor por los siglos.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Oh Dios, Salvador mío, concede que yo, tu miserable siervo, participe ahora sin condenación de tus celestiales, temibles y santos misterios y de tu mística y Divina Cena.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
Bajo tu amparo acudo, ¡oh Bondadoso!; te clamo con temor. Mora en mí, ¡oh Salvador!, y que yo more en ti tal y como dijiste, pues, confiado en tu misericordia, como tu Cuerpo y bebo tu Sangre.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Tiemblo al recibir el fuego, no sea que me queme como a cera o hierba. ¡Oh temible misterio! ¡Oh misericordia de Dios! Siendo polvo, ¿cómo es que me hago incorruptible al comer de tu divino Cuerpo y divina Sangre?
Oda 9ª
Hirmo: El Hijo del Progenitor sin comienzo, Dios y Señor, se encarnó de la Virgen y se nos apareció para iluminar a los que están obnubilados, para reunir a los dispersos; por ello te glorificamos a ti, loada Madre de Dios.
Verso: Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Es Cristo, gustad y mirad. Antaño el Señor se hizo como nosotros por nosotros. Se entregó una vez como ofrenda a su Padre y es sacrificado permanentemente, santificando a los comulgantes.
Verso: No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
¡Oh, Soberano! Que sea yo santificado en cuerpo y alma; que sea iluminado y salvado; que sea morada tuya mediante la comunión de los sagrados misterios teniéndote vivo en mí con el Padre y el Espíritu, muy misericordioso Bienhechor.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
¡Oh, Salvador mío! Que tu Cuerpo y Sangre preciosísimos sean como fuego y luz para mí, que consuman toda sustancia pecaminosa y quemen las espinas de las pasiones enseñando a todo mi ser a adorar tu Divinidad.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
De tu sangre pura Dios se encarnó, ¡oh Soberana! Por eso te canta toda generación y te glorifican las multitudes celestiales, porque por ti vieron con claridad al Soberano de todos cuando se hizo hombre.
E inmediatamente después:
Es justo en verdad magnificarte, oh Deípara, siempre bienaventurada e inmaculada Madre de nuestro Dios, más honorable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines. Tú, que sin mancilla diste a luz al Verbo Dios, eres verdaderamente la Madre de Dios; a ti te engrandecemos.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).
Oh Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Oh Señor, perdona nuestros pecados. Oh Soberano, absuelve nuestras transgresiones. Oh Santo, visita y sana nuestras dolencias por amor a tu nombre.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno.
Y el tropario del día si es la fiesta de la Natividad del Señor. Si es domingo, el tropario dominical del tono que corresponda. Si no, estos:
Tropario, tono 6
Ten piedad de nosotros, oh Señor, ten piedad de nosotros, pues, faltos de toda disculpa, nosotros, pecadores, te dirigimos como a soberano esta súplica: ten piedad de nosotros.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Señor, ten piedad de nosotros, pues en ti hemos puesto nuestra esperanza. No te irrites demasiado contra nosotros ni te acuerdes de nuestras iniquidades, sino míranos, porque eres benevolente, y líbranos de nuestros enemigos. Pues tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo. Todos somos obra de tus manos e invocamos tu nombre.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Ábrenos las puertas de la misericordia, oh bendita Deípara [Madre de Dios], para que no sucumbamos los que confiamos en ti, sino que quedemos libres con tu ayuda de toda adversidad, pues tú eres la salvación del pueblo cristiano.
Luego:
Señor, ten piedad (40 veces).
Y tantas prostraciones como desees.
Y luego estas líneas:
¡Oh hombre! Si deseas recibir el Cuerpo del Señor, acércate con temor a fin de no quemarte, porque fuego es. Y si quieres beber su Sangre Divina para comunión, reconcíliate primero con los que te agraviaron; luego atrévete a tomar el Alimento Místico.
Otras líneas:
Antes de participar del temible sacrificio del Cuerpo del Señor que engendra Vida en nosotros, reza con el alma reverente y temblorosa las siguientes oraciones.
Oración 1ª, de San Basilio el Grande
Señor Soberano, Jesucristo Dios nuestro, fuente de vida y de inmortalidad; autor de toda la creación visible e invisible; Hijo consubstancial del Padre eterno, que por la abundancia de tu bondad en los últimos días te revestiste de nuestra carne y fuiste crucificado y sepultado por nuestra causa, pues somos ingratos y perversos, y con tu propia sangre causaste la restauración de nuestra naturaleza corrupta por el pecado. ¡Oh Rey inmortal! Recibe mi arrepentimiento, ya que soy pecador, e inclina tu oído y escucha mis palabras. Porque he pecado, Señor, he pecado contra el cielo y ante ti, y no soy digno de elevar mi mirada hacia la altura de tu gloria porque he afrentado tu bondad al transgredir tus mandamientos y desobedecer tus órdenes. Mas tú, Señor, en tu mansedumbre, paciencia y gran misericordia, no me has entregado para que perezca con mis iniquidades, sino que siempre esperas de cualquier manera mi conversión. Porque tú, amante de los hombres, has dicho por tu profeta que no deseas la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Porque no quieres, Señor, que la obra de tus manos sea destruida, ni te agrada la destrucción de los hombres, sino que deseas que todos se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad. Soy indigno del cielo, de la tierra y de esta vida temporal. Al haberme entregado completamente al pecado y ser esclavo del placer he profanado tu imagen; sin embargo, por ser obra tuya y criatura tuya, no desespero de mi salvación y me atrevo a acercarme a tu infinita compasión. Por eso recíbeme, Señor, amante de la humanidad, como recibiste a la pecadora, al ladrón, al publicano y al pródigo, y quítame el pesado yugo de los pecados, tú que quitas los pecados del mundo, que sanas las enfermedades de los hombres, que llamas a los rendidos y agobiados por el trabajo y les das descanso, pues no viniste a llamar al arrepentimiento a los justos sino a los pecadores. Límpiame de toda iniquidad de la carne y del espíritu. Enséñame en tu temor a alcanzar la santidad perfecta para que, con el claro testimonio de una conciencia limpia, pueda recibir una parte de tus Santos Dones y ser unido a tu sagrado Cuerpo y Sangre a fin de que mores y permanezcas en mí con el Padre y con tu Espíritu Santo. Señor Jesucristo, Dios mío, que no sea para mi condenación la comunión de tus inmaculados y vivificantes Misterios, y que no sean causa de enfermedad para mi alma y cuerpo por participar indignamente; concédeme más bien que hasta mi último aliento reciba sin condenación una porción de tus Santos Dones para unión con el Espíritu Santo, como provisión para la vida eterna y para una buena respuesta ante tu temible tribunal, de manera que también yo pueda participar con todos tus elegidos de tus incorruptibles bienes, que preparaste para los que te aman, ¡oh Señor!, en quienes eres glorificado por los siglos. Amén.
Oración 2ª, de San Juan Crisóstomo
Señor Dios mío, sé que no soy digno y no merezco que entres bajo el techo del templo de mi alma, pues está completamente desolada y caída, y que no tienes en mí un lugar digno para reposar tu cabeza. Desde lo más alto te humillaste por causa nuestra; acepta ahora mi humildad. Así como te dignaste reposar en una gruta y en un pesebre de bestias irracionales, ahora dígnate reposar en el pesebre de mi alma irracional y entrar en mi corrupto cuerpo. Así como no desdeñaste entrar y cenar con pecadores en la casa de Simón el Leproso, consiente también entrar en la casa de mi humilde alma leprosa y pecaminosa. Y así como no rechazaste a la mujer pecadora cuando se acercó y te tocó, sé compasivo conmigo, que también soy pecador, cuando me acerque a ti y te toque. Y así como no despreciaste los labios impuros y sucios de la mujer que te besó, que tampoco te repugnen mis labios aún más corruptos e impuros y mi muy inmunda lengua. Sea la brasa ardiente de tu santísimo Cuerpo y tu preciosa Sangre para la santificación e iluminación y para el fortalecimiento de mi humilde alma y cuerpo, para el alivio del yugo de mis muchos pecados, para la protección contra toda acción diabólica, para suprimir y expulsar mis costumbres más feroces y malignas, para la mortificación de las pasiones, para la obediencia de tus mandamientos, para obtener tu divina gracia, para adquirir tu reino. Porque no me acerco a ti, Cristo Dios, con insolencia, sino confiando en tu inefable bondad, no sea que llegue a ser presa del lobo espiritual por abstenerme por mucho tiempo de tu comunión. Por eso te ruego, Señor, ¡oh Soberano!, único Santo, que santifiques mi alma y mi cuerpo, mi mente y mi corazón, mi vientre y mis entrañas, y que me renueves completamente. Arraiga en mis miembros el temor de Ti y haz indeleble en mí tu santificación. Sé también mi auxilio y mi defensa; guía mi vida en paz y hazme digno de estar a tu diestra con tus Santos. Por las oraciones e intercesión de tu purísima Madre, de los espíritus que te sirven, de las purísimas Potestades y de todos los Santos que siempre te han agradado. Amén.
Oración 3ª, de San Simeón el Traductor
Oh Señor, único puro y sin pecado, que por la inefable compasión de tu amor por los hombres asumiste plenamente nuestra naturaleza por medio de la sangre pura y virginal de la que te concibió sobrenaturalmente por la venida del Espíritu Divino y por la voluntad del Padre eterno; Cristo Jesús, Sabiduría, Paz y Poder de Dios, que al adoptar nuestra naturaleza sufriste tu vivificante y salvadora pasión -la cruz, los clavos, la lanza y la muerte-, mortifica mis pasiones carnales, letales para el alma. Con tu sepultura encarcelaste los dominios del infierno; sepulta con buenos pensamientos mis malas costumbres y dispersa los espíritus malignos. Con tu vivificadora resurrección al tercer día levantaste a nuestro caído padre ancestral; levántame a mí, hundido en el pecado, e indícame los caminos del arrepentimiento. Con tu gloriosa Ascensión deificaste nuestra naturaleza, que asumiste y honraste al sentarte a la diestra del Padre; al participar de tus santos Misterios, hazme digno de un lugar a tu diestra entre los que están salvados. Tú que, por el descenso del Espíritu consolador, hiciste a tus discípulos vasijas dignas, hazme a mí también recipiente de su venida. Tú, que has de venir otra vez a juzgar al mundo con verdad, concédeme encontrarte en las nubes, hacedor y creador mío, con todos tus Santos, para que te glorifique sin cesar y te alabe con tu Padre eterno y con tu santísimo, bueno y vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración 4ª, de San Juan Damasceno
Soberano Señor Jesucristo, Dios nuestro, único con autoridad para perdonar a los hombres sus pecados, ya que eres Bueno y Amante de la humanidad, no tomes en cuenta mis ofensas, cometidas a sabiendas o por ignorancia, y hazme digno de recibir sin condenación tus divinos, gloriosos, inmaculados y vivificadores Misterios, no para castigo ni aumento de mis pecados, sino para purificación y santificación y para prenda de la futura vida y del Reino, para protección y auxilio, para destrucción de los enemigos y para exterminar mis múltiples transgresiones. Porque eres Dios de misericordia y de compasión y de amor por los hombres y te rendimos gloria con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración 5ª, de San Basilio el Grande
Soy consciente, ¡oh Señor!, de que comulgo indignamente tu purísimo Cuerpo y tu purísima Sangre, y de que bebo y como mi propia condenación al no reflexionar que son Cuerpo y Sangre tuyos, de mi Cristo y Dios. Sin embargo, con atrevimiento acudo a tu misericordia, porque tú mismo dijiste: "El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre está en mí y yo en él." Apiádate, pues, ¡oh Señor!, y no me acuses a mí, pecador, sino haz conmigo según tu misericordia para que tus Santos Sacramentos me sean para curación, purificación, iluminación, conservación, salvación y santificación de mi alma y cuerpo; para la expulsión de cualquier visión, de cualquier acción malvada y de la influencia del diablo que obra mentalmente en mis miembros; que me den ánimo y amor a ti; que corrijan mi vida y la afirmen; que desarrollen en mí virtudes y perfección; que me enseñen a cumplir tus mandamientos; que me sean para comunión con el Espíritu Santo, como viático a la vida eterna y como buena respuesta en tu temible tribunal; que no sean para mi juicio y condenación.
Oración 6ª, de San Simeón el Nuevo Teólogo
De mis labios manchados, de mi corazón abominable, de mi lengua impura y de mi alma corrupta recibe la plegaria, Cristo mío. No me rechaces a mí, ni mis palabras, ni mis acciones, ni siquiera mi desvergüenza, mas anímame a decir lo que deseo, Cristo mío; es más, enséñame qué he de hacer y decir. He pecado más que la ramera que, al saber donde te alojabas, trajo miro y se atrevió a venir a ungir tus pies, Cristo mío, Señor y Dios mío. Así como no la rechazaste a ella cuando se acercó de todo corazón, tampoco me rechaces a mí, ¡oh Verbo!, mas dame tus pies para que los abrace y los bese y con un río de lágrimas, como con costosísimo miro, me atreva a ungirlos. Lávame con mis lágrimas y purifícame con ellas, ¡oh Verbo! Absuelve mis pecados y concédeme el perdón. Tú conoces la multitud de mis iniquidades; también conoces mis llagas y ves mis magulladuras. Mas también conoces mi fe, contemplas mi voluntad y oyes mis suspiros. Nada se te escapa, Dios mío, Creador mío y Redentor mío, ni una lágrima, ni una parte de una lágrima. Tus ojos han visto lo que me queda por avanzar, y en tu libro ya están escritas mis cosas todavía por hacer. Ve mi humildad, ve cuán grande es mi angustia. Y todos mis pecados quítamelos, Dios de todos, para que con corazón limpio, mente temblorosa y espíritu contrito pueda participar de tus puros y santísimos Misterios, de los cuales todo el que come y bebe con sinceridad de corazón es vivificado y deificado. Porque tú, soberano mío, dijiste: "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él". Totalmente verdadera es la palabra de mi Señor y Dios, pues todo aquel que participa de tus divinos y deificantes Dones ciertamente no está solo, sino que está contigo, Cristo mío, Luz del Sol Trino que ilumina el mundo. Que no me quede solo sin ti, dador de Vida, aliento mío, vida mía, gozo mío, salvación del mundo. Por eso me acerco a ti, como ves, con lágrimas y con espíritu contrito. Te pido recibir la liberación de mis transgresiones para que pueda participar sin condenación de tus purísimos misterios, para que permanezcas en mí aunque sea triplemente réprobo, tal y como tú mismo dijiste. No sea que el tentador, al hallarme desprovisto de tu gracia, me atrape con lisonjas y, habiéndome seducido, me aparte de tus palabras deificantes. Por eso me postro a tus pies y clamo fervientemente: así como recibiste al pródigo y a la ramera que se te acercó, ten compasión y recíbeme también a mí, réprobo y pródigo. Con espíritu contrito me acerco a ti ahora. Ya sé, Salvador, que ningún otro ha pecado contra ti como yo ni ha hecho las cosas que yo he hecho, mas sé también que ni la gravedad de mis ofensas, ni la multitud de mis pecados sobrepasan la gran paciencia de mi Dios y su amor por los hombres. Con tu misericordiosa compasión, a los que con fervor se arrepienten los purificas y los iluminas, haciéndolos partícipes de la Luz y de la Naturaleza Divina, obrando generosamente. Lo que es incomprensible para el entendimiento de los ángeles y de los hombres se lo expresas a estos con frecuencia como a verdaderos amigos. Todo esto me da confianza y me anima, Cristo mío, y hace que me atreva a acercarme a tus preciosos Dones con regocijo y temor a la vez, pues soy astilla que se acerca al fuego. Pero, ¡oh maravilla incomprensible!, soy inefablemente rociado como la zarza de antaño, que ardió sin consumirse. Ahora, con mi pensamiento y corazón agradecidos, y con agradecimiento también en todos los miembros de mi alma y cuerpo, te adoro, te magnifico y te glorifico, Dios mío. Porque eres bendito, ahora y por los siglos.
Oración 7ª, de San Juan Crisóstomo
¡Oh Dios! Desprende, elimina y perdona los pecados que he cometido ante ti, ya sea de palabra, obra o pensamiento, voluntaria o involuntariamente, con conocimiento o sin conocimiento; perdónamelo todo como bondadoso y amante de la humanidad. Y por las oraciones de tu purísima Madre, de tus Servidores Espirituales, de las Santas Potestades y de todos los Santos que te complacieron desde el principio de los siglos hazme digno de recibir sin condenación tu Santo y Purísimo Cuerpo y tu Preciosa Sangre para la curación de mi alma y cuerpo y para la purificación de mis malos pensamientos. Pues tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración 8ª, de San Juan Crisóstomo
No soy digno, ¡oh Señor Soberano!, de que entres bajo el techo de mi alma; ya que por tu amor por los hombres es tu voluntad habitar en mí, cojo confianza y me acerco. Ordena que te abra las puertas que solamente tú creaste: entrarás con amor por la humanidad, entrarás y alumbrarás mis pensamientos oscurecidos. Creo que lo harás, ya que no rechazaste a la ramera que vino con lágrimas hacia ti y tampoco rechazaste al publicano arrepentido ni al ladrón que conoció tu reino, ni dejaste al perseguidor, sino que a todos aquellos que se acercaron a ti arrepentidos los aceptaste como amigos, único siempre bendito ahora y por los infinitos siglos. Amén.
Oración 9ª, de San Juan Crisóstomo
Oh Señor Jesucristo, Dios mío, desprende, quita, purifica y perdóname a mí, pecador, inútil e indigno siervo tuyo, las iniquidades, culpas y pecados que he cometido ante ti desde mi juventud y hasta ahora, sea a sabiendas o por ignorancia, de palabra u obra, de pensamiento o deseo, con todos mis sentidos. Y por las oraciones de tu santísima Madre, la siempre Virgen María que te engendró sin simiente, mi única e infalible esperanza, intercesión y salvación, hazme digno de comulgar sin condenación de tus purísimos, inmortales, vivificadores y temibles Sacramentos para remisión de los pecados y obtención de la vida eterna; para santificación e iluminación, fortificación, curación y salud de mi alma y cuerpo; para el exterminio y completa aniquilación de mis malos deseos, pensamientos e intenciones; de las fantasías nocturnas, de oscuros y malos espíritus. Pues tuyo es el Reino, el poder, la gloria, el honor y la adoración, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración 10ª, de San Juan Damasceno
Ante las puertas de tu templo me encuentro y no puedo apartarme de mis tenebrosos pensamientos, pero tú, ¡oh Cristo Dios!, que justificaste al publicano, te apiadaste de la mujer cananea y abriste las puertas del paraíso al malhechor, ábreme la profundidad de tu amor por la humanidad y recíbeme a mí, que me acerco a tocarte, como aceptaste a la adúltera y a la hemorroísa. Pues la una tocó tan solo el borde de tu manto y se sanó inmediatamente, y la otra, al abrazar tus purísimos pies, obtuvo la remisión de sus pecados; en cambio yo, desgraciado, tengo el atrevimiento de ingerir todo tu Cuerpo: que no resulte quemado. Acéptame como a aquellas e ilumina los sentidos de mi alma, quemando mis culpas pecadoras, por las oraciones de la que te engendró sin simiente y de las Fuerzas Celestiales, porque eres bendito por los siglos de los siglos. Amén.
Oración 11ª, de San Juan Crisóstomo
Creo, Señor, y confieso que eres verdaderamente el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que viniste al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Y creo también que este es tu Purísimo Cuerpo y que esta es tu Preciosa Sangre. Por eso te imploro que tengas piedad de mí; perdóname mis faltas voluntarias e involuntarias, de palabra u obra, conscientes o inconscientes. Hazme digno de comulgar sin condenación de tus Santísimos Sacramentos para la remisión de los pecados y para la vida eterna.
Al acercarte a comulgar, recita estas líneas de San Simeón el Traductor:
He aquí que me acerco a la divina comunión; Creador, no sea yo quemado por comulgar, pues eres fuego que quema al indigno, mas purifícame de toda iniquidad.
Y estas otras:
Admíteme hoy a tu mística mesa, ¡oh Hijo de Dios!, porque no revelaré el misterio a tus enemigos y no te daré el beso como Judas, sino que, a ejemplo del buen ladrón, te confieso: "Acuérdate de mí, Señor, en tu reino".
Teme, hombre, al ver la sangre deificante: es una brasa que quema al indigno. El cuerpo de Dios deifica y alimenta; deifica el espíritu y alimenta la mente.
Luego los troparios:
Me has dulcificado con tu amor, Cristo, y con tu divino amor me convertiste. Mas consume con fuego inmaterial mis pecados y hazme digno de saciarme del gozo que está en ti, y que cantando enaltezca, oh Bondadoso, tus dos venidas.
¿Cómo puedo yo, indigno, entrar en el esplendor de tus Santos? Porque, si me atrevo a entrar en la cámara nupcial, mi vestidura me delata, pues no es de bodas, y como a un prisionero los ángeles me echarán fuera. Limpia, Señor, la iniquidad de mi alma y sálvame, porque amas a la humanidad.
Luego la oración:
Soberano, Amante de la humanidad, Señor Jesucristo, Dios mío, no sean para mi juicio estos santos Misterios por ser indigno, sino para purificación y santificación de mi alma y cuerpo y como prenda de la vida y reino futuros. Porque es bueno que yo me una a Dios y que ponga en el Señor la esperanza de mi salvación.
Y de nuevo:
Admíteme hoy a tu mística mesa, ¡oh Hijo de Dios!, porque no revelaré el misterio a tus enemigos y no te daré el beso como Judas, sino que, a ejemplo del buen ladrón, te confieso: "Acuérdate de mí, Señor, en tu reino".