La primera gran verdad que sacamos del texto evangélico de este domingo es la unidad de las personas de la Trinidad: al Dios Triádico se ve ya desde el Antiguo Testamento, y sobre todo en el Deuteronomio (6,4), en la gran Confesión de Fe del Israel, tal y como repite también Jesús: “Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es uno”. La frase “un Señor” es traducción del correspondiente hebreo “eloheinu” y literalmente significa “nuestros Dioses”. Por lo tanto, si la traducción de la palabra, conceptual y literalmente, la traemos del texto hebreo, este importantísimo anuncio dogmático de los israelitas significaría: “Escucha Israel: Yahvé, “NUESTROS DIOSES”, es un solo Señor”. Y no sólo esto, sino que la palabra “uno” es designada por la palabra “ejad” que no significa una mónada (unidad) absoluta, sino una unidad de unión compuesta, sintética y en nuestro caso Triádica o Trinitaria. Además, el Zóhar, libro cabalístico, explicando el versículo anterior se refiere a la Triada de Divinas Personas –al Padre, al Mesías mediante David y al Kirios (Señor, el Espíritu Santo)- y concluye que “estos tres son Uno” (David L. Cooper, de su libro “el A. Testamento y la Triada de Dios).
A continuación comprobamos que de acuerdo con Jesucristo, la vida espiritual, la sanación y la salvación no se consiguen por la aplicación y el cumplimiento típico de los 613 mandamientos, tal como entonces creían y pedían a los creyentes los maestros intérpretes judíos, sino que depende de la correcta relación y amor hacia Dios y el amor hacia el prójimo, que, si es auténtico, no maquina 613 mandamientos, sino infinitas maneras, formas y modos para servir a los que tienen necesidad ética y material. Es decir, la ortopraxis (acción correcta) para el Teántropo (Dios y hombre) es consecuencia de la ortodoxia, pero no existe ‘doxa’ (gloria, alabanza y opinión) correcta sobre Dios, o no tiene sentido para el mundo de hoy y sobre todo para el de mañana, si no va acompañada de la análoga conducta y actitud agapítica (amorosa), tanto hacia las personas que nos rodean, como hacia la creación, los animales, las plantas o las cosas. La praxis y vida ortodoxa es un sacrificio continuo por los demás, y, como sacrificio desinteresado, requiere e implica sufrimiento o dolor. No para reivindicarse uno individualmente, sino para constituirse él mismo en eucaristía (agradecimiento, acción de gracias) hacia el Señor y testimonio perdurable hacia el ambiente donde vive y se mueve, manifiestando la Resurrección del Teántropo (Dios y hombre) y la verdadera vida que emana de Su tumba vacía para todos nosotros.
El que ama verdaderamente, fuera de intereses y motivos egoístas, no puede sino andar el camino de Dios y ser bendecido por Su divina presencia. Vale la pena en este punto referirnos al versículo evangélico sobre el Juicio, en el cual el Señor se identifica con los pocos y con sus hermanos despreciados, los pobres, los hambrientos, los desnudos, los encarcelados, etc., y recalca que juzgará a todos por el amor y que debemos ofrecerlo a todos aquellos que lo necesitan, sufren y son agraviados. (Mt 25, 34-41). Si uno, pues, se sacrifica por su prójimo y se entrega a sí mismo por amor, esencialmente se sacrifica por Cristo, puesto que Cristo se identifica con todos aquellos que sufren y buscan nuestra ayuda.
En efecto, Jesús realmente proclama: “No entrará en la realeza de los cielos todo el que me dice: Señor, Señor, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celeste” (Mt 7, 21-22). Además, por boca del profeta Miqueas, Dios revela en el Antiguo Testamento: “Fue proclamado en ti, hombre, lo que es bueno, bondadoso, y lo que el Señor pide de ti. Nada más que practicar la justicia, mostrar amor y caminar humildemente con tu Dios” (N.M. Papadopulos, “Memorandum al libro de Miqueas, pag 170). Verdaderamente, pues, el cristiano no es aquel que teologiza “encefálicamente” (con el cerebro, mente o intelecto) sobre Dios, ni aquel que algunos domingos por la mañana visita Su templo, sino aquel que con su conducta y su actitud humilde, y especialmente con su amor en la práctica (de hecho, o acción) testifica que existen Dios, la Resurrección, el Juicio, el Paraíso y el Infierno.
En tercer lugar, tal y como revela Cristo sobre sí mismo en el Salmo cristológico 109, David dice: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga tus enemigos como alfombra bajo tus pies (es decir, someterlos bajo su autoridad)”. Es evidente que aquí también se señala a dos personas de la Santa Trinidad, el Padre y el Hijo. A continuación del mismo Salmo aparece también la tercera persona de la Santa Trinidad, el Espíritu Santo, porque el Padre dirigiéndose a Su Hijo, le dice: “El Señor está en tu derecha, anuló o destruyó los reyes de la tierra el día de Su ira”. De todo esto vemos y percibimos que, a causa del peligro de los vecinos idólatras, el Antiguo Testamento en muchos casos revela en sombras al Dios Uno y Trinitario a los ojos de sus creyentes verdaderos y piadosos, pero también al verdadero Mesías y redentor Jesucristo: ver la Filoxenía (hospitalidad) de Abraham a los tres hombres (Gén 18,1-3), “la destrucción de Sodoma y Gomorra por dos hombres en nombre de un tercero (Gén 19,24) y otros casos más.
Finalmente, ¿cuántos cristianos de hoy imitamos la praxis y el amor que condujeron al Teántropo Jesucristo hasta la Cruz y la muerte? ¿Cuánto andamos tras los pasos del maestro celeste, que prefirió enseñar principalmente con Su sangre y no sólo con Sus palabras? ¿En qué medida somos cristianos ortodoxos si alabamos sólo con los labios y con nuestras actitudes destruimos en vez de construir la realeza increada de Dios en la tierra? Es posible que para muchos sean una vergüenza las palabras transcendentales de san Pablo: “A causa de vosotros es blasfemado el nombre de Dios entre las naciones (los idólatras)” (Rom 2,24). Nuestra época tiene necesidad de cristianos que sepan orar y amar, no de cristianos ortodoxos sólo de nombre y teoría -o, peor aún, por ideología- que escandalizan a los creyentes y expulsan desgraciadamente a la gente de la Iglesia. Además, el comportamiento cristiano ortodoxo correcto obedece a las palabras del Señor: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian, orad por aquellos que os tratan mal” (Lc 6,27-29).
Mijalis Julis
Traducción del original griego: xX.jJ
Adaptación propia
LECTURAS
2 Cor 4,6-15: Hermanos, el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Mt 22,35-46: En aquel tiempo, un doctor de la ley le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús una cuestión: «¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». Él les dijo: «¿Cómo entonces David, movido por el Espíritu, lo llama Señor diciendo: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Y ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie en adelante a plantearle más cuestiones.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
